RELEED #1 / 14

Máquinas íntimas: relatos autobiográficos de los grandes diarios porteños de fin de siglo XIX

Martín Servelli

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Resumen

Desde los relatos fundacionales de La Nación y La Prensa, ligados al carácter artesanal de la composición tipográfica, hasta el prodigioso invento de la linotipia, que fue determinante para la evolución técnica de los procesos de impresión de un diario, al reemplazar la engorrosa y lenta composición manual de los tipos de imprenta mediante un sistema mecánico que simplificaba la tarea del tipógrafo y permitía componer el texto con la misma facilidad con que se operaba una máquina de escribir, se despliegan un conjunto de auto-representaciones basadas principalmente en los adelantos técnicos que hacen a la producción material del diario. Podríamos leer cada una de estas representaciones como metáforas que elaboran de manera desplazada la imagen con que el diario se concibe a sí mismo. Las máquinas de imprenta, se constituyeron en referentes privilegiados de los modos en que los diarios compusieron sus autobiografías y manifestaron aspectos distintivos de sus personalidades.

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Palabras clave: prensa periódica, imprenta, autobiografías

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Relatos de origen

La historia de la creación del diario La Nación está íntimamente ligada a la pobreza virtuosa de su fundador, Bartolomé Mitre. La casa de la calle San Martín, entre Sarmiento y Corrientes, donde se instala la imprenta del diario, había sido donada al expresidente el 23 de enero de 1869 por un grupo de vecinos caracterizados de la ciudad porteña. Según comenta uno de sus biógrafos, “Mitre se retiró de la más elevada función pública de la República tan pobre como había llegado a la presidencia de la Nación” (Campobassi, 1980: 236). Se trataba de una casona de estilo colonial construida a fines del siglo XVII, en la que Mitre vivió el resto de sus días.

La aparición del diario, el 4 de enero de 1870, está precedida por diversos testimonios que componen un relato fundacional en el que se enfatiza la vocación laboral que alienta la empresa y la necesidad de generar un medio de sustento para su director. El primero es el anuncio de la creación del diario en una carta que Mitre dirige a Wenceslao Paunero, antiguo compañero y amigo de la proscripción rosista y sazón Ministro en Río de Janeiro, fechada el 15 de noviembre de 1869:

Voy a hacerme impresor, para resolver el difícil problema de la vida. Aquí me tiene usted en el punto en que me hallaba en Valparaíso cuando usted era mi tenedor de libros… ¡Qué bien me vendría ahora para mi nueva imprenta…! Después de tantos años de trabajos, victorias y gobiernos, mi posición pecuniaria es la siguiente: durante cinco meses al año gozo sueldo como senador, el que me basta para llenar el presupuesto durante el período de sesiones, mes a mes. En el resto del año gozo de un sueldo de 78 pesos. No dirán que he sido una carga pública para mi país. No contando, pues, con más recursos que éstos, y con la casa, presente del pueblo que me ha costeado un techo, apelo al trabajo de la pluma y a los tipos, y monto una imprenta con diario, que inauguraré el 1° de enero, sobre la base de La Nación Argentina, que compraré por medio de una sociedad ordinaria por acciones. Entre diez amigos he levantado el capital necesario, que son 800.000… En fin, tengo energías para trabajar, no siento ninguna amargura por volver a empezar mi carrera, volviendo a ser en mi país lo que era en la emigración, pues… me moriría de hambre primero, que aceptar nada de los que se han declarado mis enemigos gratuitos, cuando en circunstancias como las mías actualmente he sido para ellos casi padre y a veces una providencia. (Mitre, 1943: 177).

La referencia a Valparaíso se remonta a 1848, durante el exilio chileno de Mitre, cuando Alberdi, director de El Comercio de esa ciudad, lo invita a incorporarse a la redacción de su diario. En aquella ocasión, la decisión también obedeció a motivaciones de índole económica (Cf. Campobassi, 42), como en este nuevo comienzo. Para cubrir los gastos que demanda su participación accionaria, Mitre vende en subasta pública sus muebles de lujo (incluyendo su propio escritorio con sus iniciales labradas), alfombras, tapices y algunas de sus raras ediciones de bibliófilo. En una segunda carta a Paunero, minimiza este gesto de desprendimiento y exalta la contracción al trabajo que lo anima: “No creerá usted lo contento que estoy en deshacerme de este peso… Soy hijo del trabajo y cifro en ello mi orgullo. Tenía una pluma y una espada en mi blasón y me tarda agregarle un nuevo cuartel con una prensa de Stanhope…” (Mitre, 1943: 178).

Por esos días de fines del año de 1869 el entonces presidente, Domingo Faustino Sarmiento, acusa a su antecesor en el cargo por la pobreza y suciedad del mobiliario dejado en la casa de gobierno (“muebles fritos en grasa”).[1] La respuesta de Mitre no se hace esperar, en un artículo publicado en su diario con el título de “Inventario de palacio” justifica –presupuesto mediante– la falta de boato de su gobierno y elogia la parquedad de su oropel, en una nueva manifestación de desinterés por los bienes materiales.

De este modo, se configura una imagen estoica del presidente devenido impresor. Quien estuvo a cargo de los destinos del país se muestra dispuesto a recomenzar de cero sin esquivarle el cuerpo a las tareas básicas del oficio, desde la composición de los tipos de imprenta hasta la confección de los libros contables.

La carta pública que Mitre dirige al periodista uruguayo Juan Carlos Gómez, con la que cierra la conocida Polémica de la Triple Alianza, fechada pocos días antes del número inaugural de La Nación, reafirma esta predisposición a sumergirse de lleno en los aspectos prácticos que hacen a la confección de un diario (Mitre, 1897: 134):

Por ahora me retiro de la prensa por algunos días. Le diré la razón. Voy a hacerme impresor y me falta el tiempo material para hacer muchas cosas a la vez. Hijo del trabajo, cuelgo por ahora mi espada, que no necesita mi patria, y empuño el componedor de Franklin.

Invito a V. a venir a visitarme a la imprenta, comprada no con mis capitales, sino por una sociedad anónima de la que seré siempre accionista y gerente.

Allí, en medio de los tipos y de las prensas, me encontrará en el punto de partida.

[…]

¡Salud, amigo, en nombre de Guttenberg!

¡Salud, en nombre de Franklin!

La “prensa de Stanhope” y el “componedor de Franklin” son los objetos que cifran la imagen personal que Mitre concibe y proyecta de sí mismo en esta etapa de su vida. Los gestos en este sentido se multiplican. Adolfo Mitre da cuenta, en su Mitre, periodista, de las menudencias anotadas de puño y letra del director en los libros contables, donde registraba el precio de un ejemplar atrasado que alguien había adquirido o los centavos que había costado la estopilla para limpiar las máquinas (Mitre, 1943: 179). También recuerda que Mitre había aprendido en Chile el oficio de tipógrafo y que no era extraño verlo en el taller enfrascado en las más diversas tareas materiales que hacían a la composición del diario. En 1875, Mitre se inscribió en el registro electoral de su parroquia como “tipógrafo”, lo que puede tomarse como una cabal declaración de principios.

La producción del diario en el mismo recinto donde se desarrollaba la vida familiar ha dado lugar a un divertido relato autobiográfico de Bartolomé Mitre y Vedia (reconocido periodista e hijo de Bartolomé Mitre), en el que reaparecen las maquinarias de impresión en un rol protagónico, pautando los ritmos de la vivienda:

La ventana de mi cuarto no mira –ya que se ha dado en hacer mirar a las ventanas– ni a la calle, ni a un jardín o huerta, ni a un patio, ni a una galería, ni siquiera a un pasadizo: mira pura y simplemente a un cuarto de cristales de quince varas de largo por ocho de ancho, en que se halla colocada la gran máquina Alauzet en que se imprime La Nación.

A esa ventana dan los pies de mi cama […] con la particularidad de que la cabeza se roza con la pared que separa mi cuarto de otro departamento de máquinas –el de las obras e impresiones sueltas–, mientras que por la puerta de la habitación que mira al Este, separada de un tercer departamento de máquina por una distancia de cuatro varas a lo sumo, entran que es un gusto, en lluvia no interrumpida de ecos metálicos, los golpes, martilleos, rechinamientos y dentelleos de la Rebourg y la Marinoni, lanzadas a todo vuelo en busca de sus cinco mil ejemplares por hora, junto a la pequeña Relámpago, de origen yanqui y digna de su nombre.” (Mitre y Vedia, 1909: 17-18).[2]

La intimidad con las máquinas y sus sonidos característicos sumergen a Mitre y Vedia en un estado de ensoñación en el que se imagina a bordo de una embarcación a vapor, surcando los mares del mundo en su habitación devenida camarote.[3] Tal como observa Leo Marx, a lo largo del siglo XIX la máquina captura la atención pública y su poder (expresado simbólicamente en el barco de vapor, primero, y en el ferrocarril después) sanciona definitivamente la fe en el progreso incesante de la humanidad (Marx, 2000, 191).

Traducido al medio periodístico, el constante progreso técnico de las imprentas ofrecerá una figura metonímica privilegiada que condensará uno de los modos centrales con que los grandes diarios que atraviesan el cambio de siglo producen autofiguraciones de su poder, sus alcances y las energías desplegadas en la consecución de sus objetivos.

La compenetración del hombre y la máquina aparece en muchos de estos relatos fundacionales como un modo de asociar el progreso de las empresas periodísticas al medio de producción material, de encarnar el imperio masivo de la prensa en el desarrollo tangible de las veloces rotativas. Estanislao Zeballos recuerda, en una evocación retrospectiva, que el fundador de La Prensa, José C. Paz, más allá de su intenso refinamiento y gustos aristocráticos, “fue también un eximio obrero”:

A menudo dejaba la pluma para empuñar con mano de acero la llave y las tuercas con que ajustaba las formas, o acompañar al querido negrito Feliciano Fernández y al autor de estas líneas […] a dar tinta a las páginas con rodillos de manos, después de batirla en una lápida de mármol, a poner los pliegos sobre el cilindro impresor y a mover el pesado volante de la Marinoni. (Zeballos, 1915, 49).

Hay, claro está, en estas representaciones de los grandes hombres de la prensa moderna la voluntad de adscribir a una moral del trabajo que encuentra en las tareas manuales su rito iniciático. Moral que se transmite a las sucesivas generaciones, tal como refiere Zeballos unas líneas más adelante, al comentar que Paz sometió a sus hijos a una rígida disciplina de entrenamiento como tipógrafos, a lo largo de un año entero, para completar su formación social y universitaria. Pero se trata también de medir la distancia y ponderar la evolución que va de esos orígenes modestos y austeros a la magnificencia de las empresas periodísticas modernas (el artículo de Zeballos es de 1915). En este sentido, las máquinas de imprenta, así como los edificios que las alojan, se constituyen en referentes privilegiados de los modos en que los diarios componen sus autobiografías y manifiestan aspectos distintivos de sus personalidades.

“Esta máquina, cuya tracción era a sangre, pertenecía a la “Imprenta de Buenos Aires”, propiedad del poeta Estanislao del Campo, sita en la calle Moreno al llegar a la de Bolívar. En ella tiró “La Prensa” sus primeras ediciones y por algunos años, desde 1869, se imprimió allí. El modesto taller, al principio arrendado a del Campo, pasó a ser de su propiedad, dotándolo de elementos más perfeccionados. Dicha máquina se conserva, expuesta al público, en el salón de fiestas del colega.”[4]

Máquinas prodigiosas

El invento de la máquina linotipo, en 1886, fue determinante para la evolución técnica de los procesos de impresión de un diario al reemplazar la engorrosa y lenta composición manual de los tipos de imprenta mediante un sistema mecánico que simplificaba la tarea del tipógrafo y permitía componer el texto con la misma facilidad con que se operaba una máquina de escribir. El operador de la Mergenthaler solo debía presionar el teclado ubicado en la parte derecha del dispositivo para ir componiendo las líneas del texto, mientras que la máquina efectuaba automáticamente el proceso de fundición de las líneas, colocándolas en las galeras en el orden determinado y distribuyendo las matrices y los espacios.

En 1901, El Diario anunciaba la adquisición, en Estados Unidos, del moderno linotipo que lo colocaba a la vanguardia de los diarios en lengua española. La relevancia que revestía la compra de la máquina Mergenthaler era tal que su secreto se había filtrado y salido a la luz por anticipado en las columnas de La Nación. Para comunicar a sus lectores la magnitud de la transformación técnica, el vespertino dejaba momentáneamente de lado las noticias y se colocaba él mismo en el centro de la información: “Por una vez y excepcionalmente nos ocuparemos de nosotros, por lo cual pedimos sinceramente excusas al lector que si adquiere un diario no es precisamente para informarse de lo que solo le interesa a sus propietarios y muy en segundo término al público”.[5] Son precisamente estos pasajes, donde los diarios asumen una primera persona autorreferencial, los que permiten identificar los modos en que se representan a sí mismos, y son justamente las máquinas de imprenta las que encarnan una serie de valores elegidos para estas autofiguraciones:

Entre las nuevas máquinas, una de ellas constituye el nec plus ultra de la novedad en el material moderno del diarismo. Es una prensa múltiple, que permite imprimir de una sola vez un diario de 24 páginas del formato actual de El Diario, y con tres colores diversos, más el negro, en la misma operación, y con una rapidez de 24.000 números por hora.

[…] Los fabricantes de las máquinas, señores Goss, de Chicago, han obtenido el gran premio de honor y la medalla de oro en la Exposición de París 1900, y la prensa que construyen para nosotros tendrá mayores perfeccionamientos que todas las máquinas actualmente en uso en Estados Unidos y Europa.

Como una indicación de su tamaño baste saber que pesa 50 toneladas y la mueve un motor eléctrico de 50 caballos, acoplado a ella.[6]

Velocidad, robustez, fuerza, progreso, sincronía con los avances técnicos de la prensa internacional son componentes de la trama simbólica asociada a la máquina como ícono del diarismo moderno. El 1 de abril de 1901, a menos de un mes del anuncio de su adquisición, El Diario le dedicaba un artículo completo al funcionamiento detallado de la Mergenthaler, que había producido ya sus primeros resultados tal como el lector podía apreciar en la claridad de impresión de las líneas que tenía frente a sí. “La revolución más estupenda en el arte tipográfica desde que Guttemberg y Faust introdujeron los caracteres de imprenta”, según la presentaban, permitía que un solo operario práctico en su funcionamiento hiciera el trabajo de cuatro tipógrafos experimentados. [7] También el tipógrafo ganaba lo suyo con la invención de la linotipo: “trabaja sentado, sin fatigarse el cuerpo ni la vista y si observa y reflexiona sobre lo ingenioso de la máquina, hasta se distrae y se deleita.”[8] La conclusión de la nota buscaba congraciarse con un gremio combativo, que había protagonizado la primera huelga registrada en el país hacia 1878, y que podía ver en la linotipo un poderoso enemigo para sus puestos de trabajo.

La renovación técnica de El Diario incluía además la instalación de un taller de electrograbado y galvanofotografía y de un estudio fotográfico de avanzada, con el fin de perfeccionar y multiplicar la frecuencia de sus ilustraciones, así como publicar un suplemento dominical ilustrado, económico y variado. El auge de las revistas ilustradas como Caras y Caretas de Buenos Aires (que apareció en agosto de 1898) había puesto en evidencia, en tanto factor de competencia, cierto envejecimiento del soporte material periodístico asociado a limitantes técnicas, que motivó tantos proyectos de renovación de maquinarias como decisiones comerciales estratégicas. Una de estas fue la de lanzar suplementos semanales con gran despliegue gráfico, como fue el caso de La Nación y El Diario a comienzos del siglo XX (Servelli, 2014: 130).

La edición extraordinaria de 84 páginas que preparó El Diario para la Navidad y el Año Nuevo de 1904 es una muestra cabal del resultado alcanzado en virtud de este proceso de renovación, que lo posicionaba como “la única empresa periodística que cuenta con máquinas y elementos iguales en todo a los que poseen los grandes diarios norteamericanos.”[9] El anuncio de la edición especial desplegado en la página central exhibía una serie de ilustraciones destinadas a impactar al lector con la magnitud de la tirada proyectada. La proliferación de analogías que pretenden brindar una idea cabal del logro que supone imprimir tamaña edición en un tiempo record inunda el artículo de parangones asombrosos. Los 120.000 ejemplares compuestos por tres secciones suman una tirada de 360.000 ejemplares producida en siete horas y doce minutos, merced a la velocidad de la rotativa Goos, que supera ampliamente el tiraje estándar de las máquinas más perfeccionadas de la prensa porteña, al decir de El Diario. Los diarios que componen la edición, apilados unos sobre otros “formarían un monolito de 2880 metros de altura”; sus páginas colocadas unas junto a otras alcanzarían una extensión lineal de 5.443.200 metros, lo que equivale prácticamente a la distancia que va desde Tierra del Fuego a la línea ecuatorial; la superficie total de sus páginas desplegadas alcanzaría los 2.013.600 m2 que “bien podrían servir para cubrir como un inmenso toldo el espacio encerrado entre la avenida de Mayo y Caseros, desde los diques hasta la calle Rioja”; las letras totales empleadas ascienden a 171.627.200.000, lo cual demandaría a una persona que se proponga contarlas una por una alrededor de 2.189 años. Si todas las letras pudiesen colocarse unas a continuación de otras la cinta resultante rodearía siete veces la circunferencia de la tierra, y un alambre telefónico de una extensión semejante serviría para comunicarnos con los selenitas (los habitantes de la luna) y todavía sobrarían unos metros…[10]

“La torre Eiffel comparada con la masa de diarios doblados unos sobre los otros y con la columna formada por las 190 bobinas de papel.”

“Si el extremo de la faja de papel formada por las 84 páginas de la edición completa de Navidad se colocara en el cabo de Hornos, el otro extremo llegaría hasta 58 kilómetros el Ecuador.”

“Una locomotora Baldwin de 4 cilindros y 45 toneladas de peso colocada en el platillo de una balanza sería levantada por la edición de El Diario colocada en el otro platillo.”

Más cerca del fait divers que de la noticia objetiva —“sorpresas del número” diría Barthes—, el artículo no sólo pretende atraer al lector con la hipérbole de los dígitos, sino también sugerir, a través de las magnitudes y sus asociaciones, la capacidad de cobertura de las noticias, el alcance mundial de estas, la elevación que ha alcanzado la empresa periodística, su poder de comunicación masivo. Podríamos leer cada una de estas representaciones cuantitativas como metáforas que elaboran de manera desplazada la imagen con que el diario se concibe a sí mismo.

Bibliografía

AA.VV. “Prensa” de Buenos Aires. 1869-1914, Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1914.

Campobassi, Jose S. (1980). Mitre y su época. Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires.

Marx, Leo (2000). The machine in the garden. Technology and the pastoral ideal in America. New York, Oxford University Press.

Mitre, Alfredo (1943). Mitre periodista. Buenos Aires, Institución Mitre.

Mitre, Bartolomé (1897). Polémica de la Triple Alianza. Correspondencia cambiada entre el General Mitre y el Dr. Juan Carlos Gómez. La Plata, Editorial de La Mañana.

Mitre y Vedia, Bartolomé (1909). Páginas serias y humorísticas. Buenos Aires, Biblioteca de “La Nación”.

Molloy, Sylvia (2012). “Los objetos de sarmiento”, Historia crítica de la Literatura argentina, Sarmiento, Buenos Aires: Emecé.

Servelli, Martín (2018) A través de la República: corresponsales viajeros en la prensa porteña de entre-siglos (XIX-XX). Buenos Aires: Prometeo

Martín Servelli. Doctor en Literatura de la Universidad de Buenos Aires. Su tesis se titula “A través de la República: La emergencia del reporterismo viajero en la prensa porteña de entre-siglos (XIX-XX)”. Su especialidad es la literatura de viajes y la crónica periodística finisecular. Ha publicado la antología Viajeros al Plata. 1806-1862 (Corregidor, 2006), capítulos de libros, artículos y reseñas en diarios y revistas especializadas. Se desempeña como docente de literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de las Artes, y como profesor de escritura y argumentación en la Universidad Nacional de José C. Paz.

Para citar este artículo:

Servelli, Martin (2019). “Máquinas íntimas: relatos autobiográficos de los grandes diarios porteños de fin de siglo XIX ”. RELEED. Revista Latinoamericana de Estudios Editoriales, núm. 1. Buenos Aires: Red de Estudios Editoriales (Universidad de Buenos Aires).


[1] Sobre la relación de Sarmiento con los objetos materiales y su celo decorativo véase Sylvia Molloy, “Los objetos de Sarmiento” (2012).

[2] “¡Vamos Francisco! ¡Alto Francisco! Impresiones de entre máquinas” fue publicado originalmente en La Nación, el 22 de enero de 1882.

[3] La identificación del célebre periodista con estos “extraordinarios organismos” es total, al punto de titular una semblanza autobiográfica redactada en 1895 con el nombre de “Autotipia” en alusión al moderno proceso fotográfico de impresión (Mitre y Vedia 1909, 9).

[4] El Diario, Edición especial “La Prensa argentina” (1933). Se trata de la misma máquina en la que se imprimió la primera edición del Fausto (1866). En el Anuario Bibliográfico de 1881, de Navarro Viola, aparece renombrado el taller como “Establecimiento tipográfico a vapor de La Prensa, calle de Moreno núm. 109, 111 y 113” (ref. 443, “Boletín del Instituto Geográfico Argentino”).

[5]El Diario. Sus transformaciones y progresos. Material ultra-moderno. Máquinas prodigiosas. La impresión en colores. Una edición del domingo. Las ediciones diarias mejoradas. Agencias en París, Londres y Nueva York”, El Diario, 8 de marzo de 1901.

[6] Ibid.

[7] “Los progresos de la imprenta. Nuestra contribución”, El Diario, 1 de abril de 1901.

[8] Ibid.

[9] “‘El Diario’ en Navidad y Año Nuevo. Lo que significa”, El Diario, 23 de diciembre de 1903. [Ver rol e imaginario de la prensa norteamericana en cuanto a los avances técnicos, consultar: Kahan, Basil. Ottmar Mergenthaler. The Man and his Machine. New Castle, DE: Oak Knoll Books, 2000].

[10] Ibid.