RELEED #1 / 18

Contrapunto: puerto de mar, edición y memorias resistentes. Entrevista con Graciela Daleo

Alejandro Schmied

_____________________________________

Resumen

Contrapunto fue una editorial dirigida por Eduardo Luis Duhalde (abogado, periodista, historiador, ex secretario de Derechos Humanos de la Nación) entre los años 1985 y 1989. El proyecto tiene sus rasgos como editor: confianza en la construcción de una editorial como herramienta que permite intervenir en la escena política recuperando tradiciones de pensamiento, acompañando a su vez procesos de lucha que se están desarrollando. En el contexto de la posdictadura, Contrapunto produjo una mediación intelectual particular para intervenir en procesos históricos con colecciones de “libros políticos” que disputaban la hegemonía de sentido en la reelaboración simbólica de un pasado reciente. Graciela “Vicky” Daleo es Licenciada en Sociología y sobreviviente de la ESMA, donde estuvo detenida y desaparecida durante casi dos años. Trabajó en la editorial Contrapunto entre 1985 y 1988 como coordinadora editorial. El 9 de diciembre de 2013 participó de la presentación de la reedición (póstuma) de El Estado terrorista argentino, el libro que Eduardo Luis Duhalde publicara en 1983, en España, considerado una de las primeras tipificaciones sistemáticas de los crímenes de la dictadura. En este texto rescatamos aquella experiencia de edición y militancia en posdictadura, a través de su voz.

______________________________________

Palabras clave: libro político, dictadura, experiencia editorial

_____________________________________

Introducción

Contrapunto fue una editorial dirigida por Eduardo Luis Duhalde (abogado, periodista, historiador, ex secretario de Derechos Humanos de la Nación) entre los años 1985 y 1989. El proyecto tiene sus rasgos como editor: confianza en la construcción de una editorial como herramienta que permite intervenir en la escena política recuperando tradiciones de pensamiento, acompañando a su vez procesos de lucha que se están desarrollando.

La edición como herramienta sirvió a Duhalde en diversas coyunturas, a fines de los 60 fundó junto con Rodolfo Ortega Peña, el sello Sudestada, luego en el exilio seguiría publicando libros a través de la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU), el organismo que có-fundo, y desde el cual se motorizaron muchas denuncias internacionales frente al terrorismo de estado. En el caso de Contrapunto, una de las motivaciones principales tiene que ver con reincorporarse a la vida pública luego del exilio.  

En el contexto de la posdictadura, Contrapunto produjo una mediación intelectual particular para intervenir en procesos históricos con colecciones de “libros políticos” que disputaban la hegemonía de sentido en la reelaboración simbólica de un pasado reciente.

Esa trama de operaciones tiene que ver con un primer lector imaginado (desde la perspectiva del editor, Contrapunto restituía la “biblioteca del militante”, aquellos libros que muchos debieron quemar en el pasado), pero también con la coincidencia con una demanda de un registro documental y testimonial de ese pasado reciente, que permita darle inteligibilidad (estrategia confluyente con varias de las editoriales del periodo).

El recorrido editorial de Contrapunto comienza con algunos libros muy exitosos en término de ventas, como Ezeiza, de Horacio Verbistsky, y La noche de los lápices, de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, cuyas reimpresiones se produjeron casi semanalmente, pasando por más de 60 títulos en los pocos años que duró la iniciativa, destacándose aquellos libros integraban la colección Memoria y presente, enfocada fundamentalmente en el pasado reciente y  la dictadura. En el año 1989, Duhalde aborda la dirección de otro proyecto importante (el diario Sur) y el control de la editorial pasa a Alberto Kohen, quien publicará algunos de los títulos ya proyectados y sumará otros, hasta mediados del 90, cuando el proyecto de discontinúa, en medio de las sucesivas crisis económicas del periodo.

Graciela “Vicky” Daleo es Licenciada en Sociología y sobreviviente de la ESMA, donde estuvo detenida y desaparecida durante casi dos años. Activa militante a lo largo de muchos años por el Juicio y castigo a los responsables del genocidio argentino, es actualmente JTP de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Graciela trabajó en la editorial Contrapunto entre 1985 y 1988 como coordinadora editorial. El 9 de diciembre de 2013 participó de la presentación de la reedición (póstuma) de El Estado terrorista argentino, el libro que Eduardo Luis Duhalde publicara en 1983, en España, considerado una de las primeras tipificaciones sistemáticas de los crímenes de la dictadura. En aquella oportunidad, Graciela recordó el significado que tuvo para ella su paso por la editorial Contrapunto: “esa otra fábrica de pertrechos para la lucha por la memoria, la verdad, la justicia, por la recuperación de la convicción de que el capitalismo no es lo único posible para la humanidad; para conocer las experiencias de otros pueblos, con sus aciertos, sus derrotas, sus fracasos y victorias, siempre en cuestión, siempre en proceso. Porque la escritura propia y la de muchos otros fue, es, un territorio de lucha política y de lucha ideológica”.  “Contrapunto fue, para muchos de nosotros –continuaba Graciela-, un lugar en el mundo”.

En este texto rescatamos aquella experiencia de edición y militancia en posdictadura, a través de su voz, reafirmando la politicidad del acto de publicar, la edición como gesto político que nos implica socialmente, porque como decimos desde el nombre de la sección: “Todo libro es político”:

Eduardo Luis Duhalde

Eduardo era una persona conocida para cualquiera que tuviera algún tipo de actividad política en el país a fines de los 60, que es cuando yo empiezo a militar, y en los años setenta: además de abogado defensor de presos políticos, escribía libros (uno siempre hablaba de una fórmula “Ortega Peña y Duhalde”). Lo recuerdo muy presente cuando fue la Masacre de Trelew, en esos años en los que la cantidad de presos políticos se multiplicó fue un abogado de los que siempre estaban presentes en la defensa de los presos políticos. Después su nombre pasó a estar muy puesto sobre la mesa, junto con Ortega Peña, cuando empezaron la revista Militancia, que, para quienes participábamos del espacio político de la Juventud Peronista que se referenciaba en la organización Montoneros (por lo tanto nuestra publicación era El Descamisado) siempre la mirábamos dentro del debate (que se dio en un periodo de tiempo muy acotado) entre “alternativistas” (ellos) y “movimientistas” (nosotros), y toda la cuestión de la relación con Perón, etc. De todos modos yo leía Militancia como también leía El Descamisado. También en Cristianismo y Revolución he leído cosas de él, y después, ya cuando asesinan a Rodolfo Ortega Peña, su nombre estaba muy presente.

Y después en el exilio. Cuando llegué a España, que es la tercera estación del exilio (y donde estoy hasta que vuelvo a Argentina), en los primeros tiempos, y herencia de aquella controversia entre El Descamisado y Militancia, no es Duhalde de los primeros compañeros a los que me acerco. Aunque sí me vinculo rápidamente con la CADHU, porque yo llego en octubre del 79, cuando se está preparando, en el marco de la CADHU, el testimonio sobre los crímenes de la ESMA que Sara Solarz de Osatinsky, María Alicia Milia y Ana María Marti darían en París. Si bien yo no doy testimonio, sí participo en la construcción de ese testimonio. Lo recuerdo a Eduardo para el acto del 24 de marzo del 80, que se hizo en un local gremial de UGT o de Comisión de solidaridad,  a él, a Viñas recordando a sus hijos desaparecidos, y ya después, cuando empiezo a trabajar en mi testimonio, a acercarme a la CADHU, sí empieza una vinculación más directa con Duhalde, con Paoletti, una relación de acercamiento más personal. Donde las viejas controversias políticas van quedando en segundo plano.  También empiezo a trabajar (además del trabajo como vendedora ambulante, que desarrollábamos cuando la policía no nos corría) en un espacio solidario de distribución de material de prensa y propaganda de la UGT que estaba a cargo de un compañero chileno exiliado (Pancho Gómez), y ahí hacía trabajo de dactilografía, pegaba estampillas, etc. Y luego cuando Eduardo armó una agencia de trabajo temporario con sus hermanos (que se llamó Timming), empecé a hacer algunos trabajos con él. Yo ya había presentado mi testimonio en Ginebra, también patrocinada por la CADHU, y teníamos mayor relación, también con el gordo Paoletti, y se había armado un agrupamiento (de las infinitas cosas que armamos en el exilio) que se llamaba Cause, donde confluíamos varios agrupamientos políticos y de derechos humanos.  Lo recuerdo a Duhalde en el marco de acciones políticas, y después cuando publica El Estado terrorista argentino. Recuerdo claramente la noche de la presentación del libro, yo había leído los originales y habíamos hablado sobre el tema.

El libro El estado terrorista argentino

Hay cosas que podés dimensionar, no en el momento en que suceden, sino después. El hecho de que apareciera en el año 1983 fue una herramienta muy importante. Allí yo leía, organizada, aquella experiencia que había atravesado. Pude entender -después- que eso no se escribió dos o diez años luego de los acontecimientos, sino mientras estaban sucediendo. Además, no se trata solo de transmitir testimonios, sino darle a eso un sentido, todo lo que Eduardo pudo llegar a conceptualizar. Todo eso lo puedo ver, en su valor, con el tiempo. En ese momento fue decir “se está poniendo negro sobre blanco, y en un libro, lo que venimos diciendo y no es escuchado”.

Eduardo se adelanta al Nunca Más para presentar toda la geografía del genocidio.. Y lo publica mientras la dictadura estaba en el poder, porque gobierno constitucional hubo solamente durante veintiún días en el año 83. Las cárceles estaban llevas de presos políticos, a Cambiasso lo matan en el 83, la dictadura elabora todos sus documentos, ley de auto-amnistía incluida, etc., en el 83. Había represión en el 83. El proyecto económico seguía adelante. En ese sentido creo que el libro de Eduardo aparece en dictadura. No era absolutamente cierto que fuera un hecho inevitable que la dictadura iba a entregar el poder.

Muchos de los testimonios de El Estado Terrorista Argentino además se recogieron en el país. Durante el periodo en el que CADHU funciona clandestinamente en el país. Hay denuncias que se recopilaron y se sacaron del país seguramente con gran riesgo de los compañeros y compañeras que las sacaron o en su memoria o escondidas, y así se confeccionaban. Mis primeros contactos con Duhalde vienen de esa época.

Los inicios de Contrapunto

Cuando regreso a Argentina, en los primeros días de mayo, vuelvo a ver a Eduardo cuando se cumple el primer aniversario pos dictadura del asesinato de Rodolfo Ortega Peña. El homenaje se hace en un salón en avenida Rivadavia.  Yo estaba trabajando en unas cooperativas que se habían armado para exiliados, nos seguíamos cruzando en actos, y cuando se acerca el juicio a los ex comandantes, me reúno con él, con el gordo Paoletti y con Verbitsky para hablar de mi testimonio. Paoletti había tomado mi testimonio en la CADHU. Necesité que él lo escribiese para saber que no era lo que quería contar. Y lo reescribí. Paoletti era un periodista y una persona excepcional, muy cálido, pero con un humor tremendo, capaz de reírse de cualquier cosa. Yo estaba trabajando en un estudio jurídico, y ya en ese momento se me imputaba de todo, había recibido cartas, estaba amenazada y, a partir de esa situación, y otras coincidencias, como que el defensor de Massera tuviera su estudio en el mismo edificio donde yo trabajaba, hicieron que renunciara a mi trabajo. Y es en ese entonces cuando Eduardo me lleva a trabajar de secretaria en el estudio de la calle Tucumán, que era el estudio de dos abogados, pero donde sucedían infinidad de reuniones políticas. Ya Eduardo había armado el IRI (Instituto de Relaciones Internacionales). Yo le decía que era un gran fabricante de aparatos, para cada cosa inventaba un aparatito. Ahí empezó a funcionar la IDEPO, y en ese marco del estudio es donde empezó Contrapunto.

El primer recuerdo que tengo de la editorial es de una compañera (no Virginia Nembrini, quien luego estuvo a cargo de la gráfica) sino de otra compañera que creo que se llamaba Frida, que llevó los cartones con las primeras propuestas de logos de Contrapunto. Y ahí empieza todo, con la aparición de Ezeiza, que lo debe haber corregido Eduardo, que era multifacético. Yo hice algunas correcciones, pero no era trabajo mío, generalmente. Sí leía originales para discutir si se publicaban o no se publicaban (a veces me hacía caso, a veces no me daba ni cinco de bola).

No puedo decir si Contrapunto surgió con un plan editorial, o se fue dando. Primero salió Ezeiza, de Horacio Verbitsky, como parte de la multiplicidad de cosas que hacía Eduardo, que hacíamos. No recuerdo que haya llegado un día y dijera: “voy a formar una editorial”. Sacar Ezeiza forma parte de una trayectoria suya, como abogado de presos políticos, periodista (recordemos que cubrió el juicio a los ex comandantes para el diario La Voz), tenía una capacidad increíble para seguir escribiendo libros. Pero sale Ezeiza y de alguna manera produjo una continuidad, y que se acercara a Eduardo, o a Contrapunto, gente que venía trabajando estas temáticas para publicarlas. Pero Eduardo no salía a buscar qué publicar. En ese momento la relación con Horacio Verbitsky era muy estrecha, el estudio estaba en la calle Tucumán y Uruguay y Horacio tenía su oficina muy cerca, entonces ibas y venías trayendo cosas, se reunían, etc. Verbitsky tiene un rol importante. Sacó Civiles y militares, y Contrapunto fue su editorial en ese momento.

Ezeiza, un éxito de ventas. Un boom

Para mayo de 1986 ya había 10 reimpresiones del libro. Con tiradas creo que de 3000 ejemplares cada una. Hasta ahí la estructura de la empresa era muy pequeña: Eduardo como decisor de todo, el diseño de tapa en Ezeiza es de Susana Rochocz, que creo que hace solamente esa portada, y la coordinación ejecutiva era de Berta Sofovich, Mariano Duhalde y mía.

En el 85 además de Ezeiza, sale Fidel Castro del Moncada a la victoria (de Marta Harnecker) en noviembre del 85. Un libro chiquito, que no un éxito como Ezeiza, lógicamente. El diseño de tapa también es de Susana Rochocz. Ya en el 86 entra Virginia Nembrini, ella haría las portadas luego. La composición se hizo en varios lugares: la traías, corregías, la llevabas nuevamente a quien había hecho la composición. La idea era que se volvía a tipear la corrección y se pegaba la tirita.

Ezeiza fue en éxito, pero la distribución fue siempre un cuello de botella, aunque no recuerdo mucho cómo se daba eso, sí recuerdo que se reeditaba y se reeditaba. Yo creo que eran varios los distribuidores. Recuerdo haber ido a Colihue, a Galerna, había varias distribuidoras. También distribuía Yenny, que no era el pulpo que es ahora. Dabas a distribución, y aunque Ezeiza se vendió mucho, igualmente cobrar siempre era un problema, porque se supone que a la distribuidora le dabas en consignación (en algunos casos compraban), pero el retorno nunca era fácil. Cómo se aguantó la vertiginosa reedición no lo tengo muy presente. Pero no fue muy largo el lapso entre Ezeiza y los libros siguientes.

Los libros cubanos y la izquierda revolucionaria

Eduardo tenía relación con el mundo intelectual de la izquierda revolucionaria, y Marta Harnecker era una figura para la izquierda y la militancia argentina desde la década del 60. Un personaje cuyos trabajos los recibíamos a través del Chile de Allende. Aquellos cuadernillos, muy criticados (en ámbitos académicos) por ser manualitos que supuestamente simplificaban el marxismo, que le quitaban sustancia, etc. Pero era un personaje conocido. Ella fue a la editorial, nos la presentó Eduardo y fue conocer a una figura política importante. Por ella, por sus producciones y por ser la mujer de Barbaroja (Nota: Manuel Piñeiro, quien dirigía los servicios de inteligencia Cubanos). No sé cómo eso se operativizaba, pero siempre supimos que Eduardo tenía relaciones con “la Embajada”, pero no con la embajada yanqui, sino con la Cubana.

Y con Gorriarán Merlo (quien financió a través de la revista Entre todos el primer libro de la editorial). Aunque las presencias que recuerdo, tanto en la oficina de Tucumán  como en la de Talcahuano, de la revista Entre todos y del MTP, son las de Quito Burgos, Pancho Provenzano y Jorge Baños, que iban seguido. Eduardo viajó a Nicaragua en el año 1986, cuando todavía estábamos en la calle Tucumán. El único libro que tiene el sello de Entre todos es Ezeiza, que sí fue financiado por la revista, pero nunca fue una editorial floreciente de dinero, siempre tenía deudas. Me consta a mí, que me tocaba poner la cara.

Desarrollo Vertiginoso

En 1986 se publican 12 libros, y en 1987, 23, con un plan editorial casi de una empresa con una cierta estructura. Ya en el 89 Eduardo está en Sur, pero en esos primeros años hay algo que funciona, aunque en términos económicos Eduardo era absolutamente caótico. En la calle Tucumán, cuando empezó a andar más, se incorpora Virginia, que tenía un tablero de dibujo. Esto era un ambiente dividido, estaba el despacho de Eduardo y un ambiente un poco más grande que se dividió, y después estaba mi escritorio y en un rincón estaba Virginia, no había un gran aparato. Y hacia fines del año 86 se acerca Judith Said (quien había sido compañera de militancia), y venía con la idea de comprar una computadora Macintosh, y ahí sí se monta el primer taller de composición en la editorial, también en un rinconcito. Judith fue hasta hace poco coordinadora del Archivo Nacional de la memoria y coordinadora de la Red de sitios de memoria. Y ahí empieza a hacerse la composición de los libros en Contrapunto.

La noche de los lápices

La presentación de La noche de los lápices se hizo en el Centro Cultural San Martín, en la sala AB repleta a reventar, y ahí se agota la tirada, se vendía el libro como pan caliente. En medio del acto se armó un batuque. Habló Eduardo, estaba Javier Torre, el director del centro cultural, fue muy impresionante, un acto político-cultural.

También la presentación de la película, en la calle Corrientes, fue un acto militante con mucho piberío, pibes en la calle, volanteando, se llenó la sala. El libro y la película funcionaron como conjunto. El libro se presentó en julio y tuvo varias reimpresiones hasta que salió la película, es decir, tuvo una vida propia, no necesitó de la película. Lo cual no quiere decir que la película no haya ayudado. Se deben haber potenciado mutuamente, pero el libro fue un acto político en sí mismo, y la circulación del libro fue un hecho político muy importante. Y se siguió vendiendo y reeditando, inclusive en otras reediciones en otras editoriales.

Colecciones

A medida que se van delineando colecciones, Duhalde está detrás de todo. No hay “directores de colección”. Solamente en un caso, con David Viñas, Eduardo le propuso publicar una Historia crítica de la literatura argentina, de la cual solamente salió un tomo e iba a estar a cargo de David. Pero detrás de todo estaba Eduardo y, te diría más, a veces recibía títulos y a partir de ahí inventaba que iba a haber una nueva colección. Esa es mi impresión, no quiero decir que haya sido todo así,  pero tenía que ver con lo que aparecía como necesidad. No es que se proponía “vamos a hacer una colección acerca de…” y salía a buscar. En general los proyectos se acercaban.

La colección Memoria y presente sí es como el tronco o sello distintivo de la editorial.  También hay una idea de colección en Conversaciones, con los libros de González Bermejo y de Fernández Meijide, quien ya era una figura de la Apdh, etc. De alguna forma el movimiento de DDHH está en todo el catálogo. Luego, otra línea dentro del catálogo es Historia revisada (una continuidad de la colección ensayada en la editorial Sudestada muchos años antes). También en la colección De la Aldaba (llamador de puertas) hay una búsqueda editorial por pensar fenómenos contemporáneos, intervenir en la realidad del momento. Allí se editaron Las sectas invaden la Argentina y Las multinacionales de la fe, de Alfredo Silletta, un periodista dedicado a la temática.

Como los nazis, como en Vietnam

La incorporación del taller de composición te daba más aire. Ese mismo taller, ya cuando pasamos a la calle Talcahuano, hacía trabajos para afuera. Era otra forma de ingreso. Y hacía fines del 86, en el tiempo que estuve de “Ana Frank”, es que se armó Como los nazis como en Vietnam, pero ya era menos artesanal.

Tito Paoletti muere el 3 de diciembre del 86. Y el libro se publica en abril del 87. No llega a verlo publicado. Lo corregí estando escondida, Eduardo me traía las pruebas y lo corregía, yo no salía.  Y un día me vino a buscar para ir a ver a Tito en su casa, por Floresta, y mi recuerdo es ese: entrar y verlo salir de su pieza con el color de la muerte, y se murió al día siguiente.

Luego del juicio de 1985 a los ex-comandantes, en 1986 se da la instrucción y la sentencia en la causa 44, “causa Camps” y, en diciembre, la Ley de punto final (que se da porque las actuaciones seguían). En abril del 87 los levantamientos carapintadas y luego la ley de obediencia debida.

Todo el catálogo tiene esa marca. Busca cómo intervenir políticamente en un momento dado, por ejemplo, del juicio a las juntas se publican las notas de Ciancaglini y Granovsky, Crónicas del apocalipsis. Entonces tenés en esos dos primeros años, básicamente, además de “teoría política cubana”, por ponerle un nombre, cuestiones vinculadas a los crímenes de la dictadura, en una intervención muy fuerte.

Un catálogo en proceso

Si bien en Contrapunto se reeditan muchos textos, también hay mucha edición nueva. Mucha producción de esos años, incluso referida a temas históricos, como el libro de Celina Lacay (Sarmiento y la formación de la ideología de la clase dominante) o el de Torre Molina (Unitarios y Federales en la historia argentina), son libros producidos en ese tiempo. Volver a traer debates de la historia también era algo que le interesaba a Eduardo y muchos de los libros tienen que ver con eso.

Incluso hubo libros que se sabía que iban a vender poco, sin embargo Eduardo tenía un compromiso con temáticas que lo hicieron publicarlos, por ejemplo Hombre negro tribunal blanco (de Nelson Mandela), que es un libro que no sé cuánto se habrá vendido, pero para él poner ese tema sobre la mesa formaba parte de sostener una mirada más amplia y global.  Hay otros temas que hacen más amplio el catálogo también, como el caso del libro sobre la Mona Giménez (La mona va), que tiene que ver, más que con ideas preexistentes de Eduardo, con la relación de él con el Partido Comunista a través de la IDEPO. Roberto Mero era del PC y había sacado el libro de conversaciones con Juan Gelman, y sale lo de la Mona Giménez, que en su momento nos parecía descolgado, pero luego nos pareció súper interesante.

1987. La mudanza a la calle Talcahuano

La mudanza a Talcahuano se produce a comienzos del 87, el año de mayo producción, ya tenemos otra estructura, tenemos un lugar propio. Contrapunto en la calle Talcahuano es un ph al fondo, un departamento con un patio, se le modifica la estructura, tiene un depósito, el taller de composición, se incorpora Ramiro Ortega, el hijo de Rodolfo Ortega Peña, se incorpora Virginia, el taller de composición tiene un lugar físico. Se suma, además de Mariano Duhalde, su hermano Patricio.

En el taller de composición trabajaban Judith, Andrea Carri, Patricia Araujo, Patricio Duhalde. Más Eduardo, Mariano, Ramiro, yo, Berta Sofovich (que corregía), Lali, la mujer de Eduardo, que no iba mucho, pero le llevaban galeradas para corregir, y se incorpora al diseño Matilde Oliveros. Un montón de gente, una estructura. También se incorporan Rubén March y Gustavito Videla, que empiezan a realizar la distribución, como venta directa.

Ese año comienza la colección Contravientos, con libros de Villafañe y Fernando Birri, se publica el libro de conversaciones con Juan Gelman, un libro muy crítico con Montoneros, que tuvo bastante repercusión (para mi gusto),  y también reeditan ensayos históricos, algunos que había escrito Eduardo con Ortega Peña. Además comienza a publicar narrativa a través de una colección de grandes Novelas argentinas, donde publica Los dueños de la tierra de David Viñas, y Villa miseria también es América de Bernardo Verbitsky. Se abre a la narrativa, algo que estaba ausente, pero siempre en torno a las temáticas. La colección Memoria y presente sigue en ese momento con  varios títulos muy importantes, entre ellos José (de Matilde Herrera) que creo que es el libro que más amamos de ese catálogo. Un libro que todos queríamos tipear, tiene un diseño hecho por Virginia, dibujos de José, es un libro muy amoroso. Matilde Herrera era una mujer muy querida.

Memoria y presente

Ese conjunto de libros de la colección Memoria y presente era visto como lo natural, era lo que había que hacer, era vivido como un acto militante. Queríamos además que fueran libros lindos, cuidados. También hicimos el libro de los desaparecidos de la Caja de ahorros, que no tiene el sello de Contrapunto, pero lo hicimos nosotros.

E hicimos el libro Nuestros Hijos (por encargo de las Madres), que era la reproducción de unas fichas que nos daban ellas y que salió con algunos errores, ¡y casi nos mata Hebe!, tuve que ir a poner la cara, y decir que algunas cosas se nos habían escapado en la corrección. Yo fui con las piernas temblando, en parte porque era responsabilidad mía por errores en la corrección. El segundo tomo ya no lo hicimos nosotros.

Todo formaba parte de una misma lucha, de seguir exigiendo justicia, seguir repudiando las leyes. Se planteó la inconstitucionalidad de las leyes, y nosotros (e incluyo a la editorial) seguimos militando por el reclamo de justicia. Ya cuando llega el indulto Contrapunto no existe, pero había sido parte de esa batalla.

Contrapunto y los dos demonios

En relación al sentido hegemónico de la época y la construcción del discurso oficial sobre los derechos humanos, era claro enfrentar la teoría de los dos demonios. Lograr hacer aquello que en el juicio a los ex comandantes no se hizo, que era amplificar y multiplicar la voz de los sobrevivientes y de los familiares. Que el relato de los hechos fuera en primera persona. Porque en el juicio a los ex comandante la transmisión por televisión era muda,  solamente imágenes, y en los diarios estaba mediado por el periodista, en cambio acá está contada la historia de los pibes, como en el caso de La noche de los lápices (que no nacieron el día que los desaparecen, no se reduce su vida a eso). José es eso también, o Sor Alicia. Es la historia de los desaparecidos cuando estaban vivos, era una forma de impugnar la teoría de los dos demonios, aunque no estuvieras diciéndolo expresamente.

Además se promovían debates a partir de estos libros, en las presentaciones, por ejemplo. En la presentación de Sor Alicia se dio un debate con Horacio Méndez Carrera, que era el abogado de los familiares de las religiosas francesas. Él hizo un desarrollo explicando la desaparición de Alicia “por comer basura”, no por su compromiso social. Cosa que yo discutí en ese momento en el acto. Era un poco discutir la idea de “desaparecidos inocentes y desaparecidos culpables”, y que se diera esa discusión, porque en esos años estaba por un lado la teoría de los dos demonios, pero también tenías la teoría de los excesos, o la mirada del tipo que parecía sostener Graciela Fernández Meijide: “mi hijo desapareció porque estaba en una agenda”, en una libreta de teléfono.  Una estrategia que tenía sentido durante la dictadura, y se sostuvo luego, y se continuó por la propia mirada de los familiares, y porque tenían internalizada esa mirada fortalecida por la teoría alfonsinista de los dos demonios. Y nosotros no podíamos asumir nuestras identidades militantes porque íbamos en cana.

Hay libros editados en esa época de Contrapunto que siguen de algún modo esa misma estrategia, como La noche de los lápices, pero también hay otros, como José, cuyo valor también reside en que se habla de la identidad política, entonces había matices.  No se trataba de la catarsis a partir del sufrimiento de los familiares sino de herramientas políticas. Poner en la mesa las vidas concretas de los compañeros. Eso lo pienso en términos muy valiosos. Sobre todo en una época con una democracia que estaba de alguna manera amenazada por los levantamientos militares y que iba a seguir amenazada en los siguientes años.

1988. Memorias resistentes

En el 88 ya se publica menos. La situación económica y sus dificultades estuvieron siempre, pero ya es el último año activo porque está el proyecto del diario Sur.

En ese año aparece el libro de Pozzi Oposición Obrera a la dictadura, nuevamente en la colección Memoria y presente. Un libro muy importante porque entra a complejizar el eje de la resistencia a la dictadura, que para el imaginario eran solamente las madres y los organismos de derechos humanos.  Incluso yo le plantee (en mi preformateo) a Pozzi porqué no hablaba de las Madres en el libro, y me contestó, lógicamente, que estaba hablando de la oposición obrera a la dictadura. Pozzi hace un trabajo de recopilación interesantísimo.

También en ese año, y en consonancia, sale el libro de discursos de Tosco. Y en esa misma colección. Y también se publica el libro de Blanca Buda  (Cuerpo I – Zona Iv, El Infierno De Suárez Mason). Blanca era una militante de base, peronista, que llegó a ser concejal en Escobar, que estuvo secuestrada en varios campos de concentración. Ese fue un libro que tardó bastante en salir. Y es un libro que (además de hablar de un circuito de campos de concentración del que se conocía muy poco) en términos de testimonio tiene un nivel de cosas vivenciales que son muy importantes para entender el día a día de la muerte en el campo de concentración.  Abre otras formas de registro de memoria y registros vitales.

A fines del 88 sale el libro de entrevistas a Gorriarán Merlo (Conversaciones con Gorriarán Merlo, de Samuel Blixen) y en enero del 89 se produce el acopamiento al regimiento de La Tablada por el MTP. El día que llega de la imprenta la edición del libro de Gorriarán se produce un operativo policial en la editorial y me llevan detenida. Uno de los policías se lleva un libro de entrevistas a Gorriarán y un ejemplar de Civiles y militares (estaba interesado en leer…). En esos últimos meses del 88 me alejo obviamente de la editorial.

En esa época también estaba preparándose Hombres y mujeres del PRT de Luis Mattini, que llegó a salir con el sello de Contrapunto, pero ya con la editorial a cargo de Alberto Kohen.

Yo vuelvo a Buenos Aires a mediados de marzo del 89. Eduardo ya pasó a ser director del diario Sur y la editorial la pasan a dirigir Alberto Kohen y su hija Miriam. También se separa el taller de composición (Letterlaser) y voy a trabajar ahí. En Letterlaser seguíamos haciendo trabajos de composición para Contrapunto, algunos libros eran de ese catálogo, pero ya no trabajan las colecciones como Memoria y presente. Aunque seguía habiendo una cierta continuidad, porque parte del material se venía trabajando con Eduardo, libros que se venían hablando, otros libros salen por otras editoriales.

Hasta el 88 había una idea de continuar con el proyecto, luego, entre los vaivenes económicos, la perspectiva de que apareciera Sur y lo convocaran para eso (Sur aparece en abril del 89 y dura hasta diciembre del 90), hace que Eduardo deje de atender el proyecto de Contrapunto.

Él decía que el corazón y los pulmones de la editorial era yo, pero la gran cabeza era él. A veces traían originales, como el de Utopía y revolución y yo pedía leerlo y demás, y en el manejo editorial tenía mucho trabajo, pero la conducción estratégica estaba en Eduardo. Éramos muchos los que trabajábamos, también, y los vaivenes económicos habrán jugado un papel importante.

La editorial como puerto de mar

Si me preguntás cuál fue el lugar de trabajo en que pude conjugar mucho más que ganarme el salario, el  lugar de trabajo que recuerdo con más gusto es Contrapunto. Fue, además, pensando en el periodo histórico, y habiendo vuelto del exilio, y cuando mi intento de una identidad política había capotado (unos breves meses en la Juventud Peronista Unificada, y otra pequeña agrupación que se desarmó y no continuó).

Además, lo que implicó la solidaridad de los compañeros, Eduardo y González Garland fueron mis abogados, la solidaridad que tuvieron cuando yo estuve presa fue muy importante.

Así que sin proponérmelo Contrapunto fue una actividad militante y la transité de esa manera. Era mi ingreso económico, pero terminó siendo mi hogar, muchas veces dormía allí.

Con relaciones conflictivas, también, con Eduardo teníamos discusiones. Por ejemplo me enojaba muchísimo el manejo absolutamente caótico del dinero, tenía muchas cuestiones que le criticaba, pero trabajábamos mucho materialmente. Y la editorial me brindo algo que yo amo desde niña, que es estar entre libros, poder meterte en la lógica de cómo se producen los libros. Y me abrió la posibilidad de tomar contacto con muchos compañeros y compañeras, por eso digo que fue un puerto de mar, e incluso reunió distintas generaciones, que venían también muy golpeadas.

Y pensando como espacio de resistencia el trabajo, a contracorriente de lo que pasaba en el momento. Recuerdo comprar Página 12 una mañana y leer la lista de los beneficiados por la Ley de obediencia debida, llegar al trabajo y que las lagrimas me corrieran y frente a eso salían estos libros. Era decir: “seguiremos insistiendo”.

Porque también era un lugar de celebración: pelearte, trabajar, celebrar. Recuerdo una fiesta de fin de año, celebrando, tomándonos el pelo a nosotros mismos.

Una ética Todas las profesiones tienen su ética, y creo que el editor tiene una ética en la cual debe referenciarse, y no da lo mismo publicar una cosa o publicar otra. No quiero decir que todos tienen que publicar textos militantes o ser Contrapunto, pero sí preguntarse a partir de lo que publicás, qué contribuye a reforzar las injusticias que se cometen, a construir estos imaginarios sociales tan tremendos que hacen que tantos repitan cosas como “a los negros hay que matarlos a todos” o a que con otro lenguaje se fortalezcan posturas como “los negros se creyeron que podían tener celulares y electricidad, y en realidad eso no puede ser así”. O por el contrario, qué contribuye a acompañar ciertos procesos sociales. Eso es parte de una responsabilidad social, no digo política, sino como editor, sobre todo si te pensás como un editor que interviene en la realidad.