RELEED #1 / 2

Canon y nacionalización: la edición y difusión de la obra de W. H. Hudson a través de la “época de oro” de la industria editorial

Eva Lencina

______________________________________

Resumen

En este trabajo realizaremos un recorrido por la trayectoria editorial y de difusión de la obra del escritor y naturalista anglo-argentino W.H. Hudson (1841-1922) en el campo literario nacional, centrándonos en las implicancias ideológicas de tal circulación cultural. Nos ocuparemos del siglo de difusión que comienza con la primera traducción de Hudson al español (1883), pero especialmente del período central de su difusión, los años comprendidos entre 1924, año del ingreso de Hudson a nuestras letras gracias a la involuntaria repatriación que hace de él Rabindranath Tagore, y 1957, cuando declina una década de definitiva canonización, poblada de primeras ediciones de sus obras en español, y el gobierno de la provincia de Buenos Aires crea un Museo y Parque Evocativo en el solar natal del autor, la célebre estancia “Los veinticinco ombúes”.

______________________________________

Palabras clave: Hudson, canon, editorial

______________________________________

Introducción

El recorte temporal que analizaremos abarca dos grandes períodos en la historia de las políticas editoriales argentinas, siguiendo la periodización propuesta por de Diego (2014). En el período 1920-1937 se produce la emergencia de la figura del editor moderno en América Latina, que se convierte en un agente activo del campo cultural (este proceso se ve principalmente favorecido por el espacio vacante resultado del declive económico europeo luego de la Primera Guerra Mundial). En esta coyuntura, una de las prioridades del naciente mercado editorial fue el fortalecimiento del mercado interno y el del libro de autor argentino, el cual corría con gran desventaja frente a los libros importados y de autores extranjeros.

En un mercado dominado por los focos culturales europeos, con lectores que preferían abiertamente las novelas foráneas a las de factura local, estimamos que la edición de Hudson debe haber comportado una extraña atracción, debido a su ambigua nacionalidad (o a la dificultad que los críticos parecían encontrar a la hora de definirla). Mientras los intelectuales se esforzaban por nacionalizarlo argentino póstumamente, este intento se alimentaba del prestigio ineludible que generaba la extranjería de Hudson.

El segundo período con el que coincide nuestro recorte temporal es el comprendido entre 1938 y 1955, la época dorada de la industria editorial argentina, motivada en gran parte por el arribo de una camada de intelectuales y editores españoles que huían de la Guerra Civil, pero también posibilitada por una industria local ya asentada y un creciente público lector generado por las políticas educativas de décadas anteriores. Coincidentemente con este auge se generará también un pico en el proyecto de difusión de la obra de Hudson, pues en 1941 se cumple el centenario del nacimiento del autor y se aprovechará la efeméride para realizar homenajes editoriales, como así también para lanzar una política editorial de traducciones primas que llevará a que en 1946 se traduzcan y publiquen seis obras de Hudson en distintas editoriales.

Nuestro trabajo de periodización apunta asimismo a analizar los códigos maestros (Jameson, 1981) en tanto constantes ideológicas dominantes en cada generación literaria (o incluso en diversos sectores del mismo campo). La dilucidación de tales códigos nos permite describir el sistema de ideologemas puesto en juego durante el proceso de mediación e interpretación al que es sometido el texto hudsoniano. Gracias a la pregnancia y amplia gama de significaciones que, por su particular biografía y ambigüedad identitaria, es capaz de portar la figura de Hudson es que su obra llegó a convertirse en un codiciado emblema para distintos, e incluso a veces opuestos, sectores del campo intelectual argentino.

Las adscripciones identitarias que la crítica le impuso a Hudson durante su proceso de canonización dentro del sistema literario argentino, y que lo relacionan principalmente con la tradición del relato de viajes y de la literatura gauchesca, resultan por lo menos disputables cuando se las contrapone con los estudios biográficos sobre el naturalista. Sin embargo, como nota Gómez (2009:74), cobran mayor sentido al confrontarlas con la recepción argentina de las obras literarias y científicas de Hudson. De más está decir que la misma institución crítica administra las orientaciones de esta recepción y así genera un desplazamiento identitario, donde la imagen de Hudson no se configura desde la instancia emisora de las obras, sino desde la receptora: a modo de proyección inconsciente, la identidad que se le adjudica a Hudson como emisor de los textos no es otra que la de la recepción crítica (sector éste que encuentra entre la crisis identitaria argentina y la biografía de Hudson una suerte de analogía estructural). Esta es una característica central de la crítica hudsoniana argentina, que hizo un uso ad hoc de la figura de Hudson para distintos propósitos, según el sector específico del campo literario que lo tomara como emblema.

Inicios de la difusión

Curiosamente, la primera traducción al español de una obra de Hudson es la de su primer texto literario en prosa, y resulta contemporánea a su escritura. En 1884, Abel Pardo (un argentino que Hudson conoció a bordo del Ebro durante su travesía a Londres en 1874, cfr. Jurado, 1988:73) tradujo “Pelino Viera’s Confession” (The Cornhill Magazine, 1883), que se publicará en el diario La Nación de Buenos Aires el 11 y 12 de enero de ese mismo año como “La confesión de Pelino Viera”. A pesar del buen augurio que esta traducción podría haber significado, se debió principalmente a la amistad que unió a Pardo con Hudson durante muchos años y resultaría ser la única en vida del autor.

Si bien el nombre de Hudson figuraba desde 1911 en el Catálogo de la Biblioteca Nacional, recién entre 1913 y 1916 empieza a ser nombrado, cuando el director del Museo de Historia Natural de Buenos Aires, Martín Doello Jurado, publica dos notas en la revista científica Physis: la primera es una breve reseña de The Naturalist in La Plata, mientras que la segunda es una traducción del “Biografía de una vizcacha” de Hudson, ambas publicaciones movidas más por un afán científico antes que literario.

1920-1937: la emergencia del editor moderno

A principios del siglo XX, el mercado hispanoamericano del libro estaba dominado por casas editoriales europeas, principalmente francesas y alemanas, debido a que aventajaban a las casas locales en tradición, producción y sistema de distribución. Pero la llegada de la Primera Guerra Mundial significó la retirada de la mayoría de estas empresas, abriendo las oportunidades para el desarrollo de un mercado interno orientado principalmente hacia la producción de libros de bajo costo y la edición de autores locales. Este exacerbado crecimiento de la industria editorial impactó en Argentina favoreciendo la difusión de autores nacionales y desembocando en la Exposición Nacional del Libro de 1928, de cuya Junta Ejecutiva formaron parte autores como Samuel Glusberg, Ricardo Rojas, Horacio Quiroga y Ezequiel Martínez Estrada. Esta coyuntura atestigua el surgimiento de un nuevo tipo de editor, agente activo dentro del campo literario y cuyas funciones se relacionan a la difusión cultural e incluso a la estimulación de los agentes productores del campo (cfr. Delgado y Espósito, 2014).

En 1924 se produce la llegada, formal y póstuma, de Hudson a la Argentina. Y es curiosamente de la mano de un extranjero que se lleva a cabo esta repatriación del naturalista. En noviembre de ese año, el poeta y filósofo indio Rabindranath Tagore (1861-1941) visita la Argentina, supuestamente de paso para Perú, aunque una salud quebrantada retrasa su partida hasta principios de 1925, queriendo la fortuna que forme parte esencial de uno de los momentos míticos de las letras argentinas debido a la muy estudiada relación que forja entonces con Victoria Ocampo (quien lo aloja en su quinta de San Isidro). Pero antes de eso fue el periodista de La Nación Carlos Alberto Leumann (1886-1952) uno de los encargados de recibir a Tagore y, podría especularse, el primer crítico argentino en escuchar el nombre de Hudson en el siglo XX y de vuelta en Argentina. Cuando se le preguntó cómo es que conocía nuestro país, el autor indio se refirió a la obra de Hudson, un autor anglo-argentino fallecido recientemente y a quien consideraba uno de los mejores prosistas en lengua inglesa (1), requiriéndole mayores informaciones al periodista, quien tuvo que admitir que desconocía a Hudson (cfr. Cilento, 1999:49-50, quien también considera éste como uno de los acontecimientos fundacionales de la canonización de Hudson en nuestro país).

Tagore se referiría incluso en otras ocasiones a la obra de Hudson (2), la cual tenía en muy alta estima y consideraba íntimamente relacionada a la experiencia americana, llegando a decir:

Los presentimientos de una América creadora de civilizaciones nacieron en mí al leer a uno de mis autores favoritos, tal vez el más grande prosista de nuestra época: el escritor argentino W.H. Hudson. (Cereseto, 1972: epígrafe)

Según Gómez, la opinión de Tagore despertó “la pasión argentina por Hudson, sostenida asimismo por la tendencia espiritualista de la época” (2009:56, n13, aunque la autora equivoca la fecha, sosteniendo que Tagore visitó la Argentina en la década del treinta). Con ella coincide también Carden (2004:80) cuando dice que “fue un acontecimiento que generó una verdadera ola de entusiasmo”. Ese mismo año se edita en España la traducción que Eduardo Hillman hace de Far Away and Long Ago (Gómez, 2009:75).

Al año siguiente encontramos la primera mención de Hudson dentro de la crítica literaria argentina. Borges, el gran importador de modas literarias anglosajonas, se refiere a Hudson por primera vez en “Queja de todo criollo” (en Inquisiciones, 1925). El autor lamenta el inevitable ocaso de la cultura gaucha y de la identidad criolla argentina diciendo:

En el poema de Hernández y en las bucólicas narraciones de Hudson (escritas en inglés, pero más nuestras que una pena) están los actos iniciales de la tragedia criolla. (Borges, 1998b:59)

De este modo, el ingreso de Hudson al campo literario argentino se produce en relación a los intelectuales que formarían parte, años más tarde, del grupo Sur (Borges, Ocampo hospedando a Tagore y, en menor medida, Leumann escribiendo para La Nación). Si ha de interpretarse ideológicamente este primer entusiasmo, debería hacerse en el marco cultural de los códigos maestros elaborados por la intelligentsia patricia y por el aséptico culto lugoniano a la figura del gaucho, culto del cual se desprenderían las diversas vertientes del criollismo.

Si, como quiere Carlos Gamerro (2015:90), el gaucho simbólico que venera Lugones se basa en la premisa de que el gaucho real está extinto, y Don Segundo Sombra emblematiza ese carácter crepuscular, el mundo criollo de las obras de Hudson, despolitizado a los ojos de un anglosajón, vendría a sepultar definitivamente la concepción de un gaucho vivo e histórico.

En 1926, Borges vuelve a mencionar a Hudson, esta vez de manera mucho más relevante. En El tamaño de mi esperanza, aquel libro de ensayos criollista del que muchos años después se arrepentiría (negándose a incluirlo en sus obras completas), Borges se refiere a Hudson en los artículos “La pampa y el suburbio son dioses” (donde cita a Darwin significativamente a través de Hudson y llama a este último “muy criollero y nacido y criado en nuestra provincia”, 1998b:27) y “La tierra cárdena”, la primera reseña de una obra literaria del naturalista.

Esta primera reseña contiene ya todas las herramientas que formarían parte de la canonización de Hudson. Borges inserta al naturalista en un sistema de autores extranjeros, especialmente ciertos ingleses, como Robert Browning o Lafcadio Hearn, a los que un instintivo “desinglesamiento”, una “facultá de empaparse en forasteras variaciones del ser” (1998b:38), los salva de quedar atrapados en su propia idiosincrasia, confiriéndole mayor sensibilidad y profundidad a sus obras.

Cuando Borges llega a la obra que lo ocupa, la llama arrojadamente “esa novela primordial del criollismo” (39). Considerando que ésta es la primera reseña relevante en la historia de la crítica hudsoniana en Argentina, este juicio apresurado se justifica principalmente por la ansiedad del joven Borges de ser quien dé el puntapié inicial a la campaña de canonización de Hudson. Borges hará también el primer llamamiento a la pronta traducción de la obra de Hudson, “libro más nuestro que una pena, sólo alejado de nosotros por el idioma inglés, de donde habrá que restituirlo algún día al purísimo criollo en que fue pensado” (39, todos los subrayados son nuestros), así como también instituirá la falacia argumentativa básica de la crítica hudsoniana de este primer período, que consiste en suponer que el naturalista concebía sus obras en nuestro idioma aunque las escribiera luego en inglés (también Glusberg, Franco y Martínez Estrada recurrirán a este argumento). Borges además elige la versión castellana del nombre de Hudson, otro artificio de la crítica local.

En última instancia, Borges compara brevemente a Richard Lamb, el protagonista de The Purple Land, con el gaucho Martín Fierro, encontrando al primero siempre más feliz y triunfante, mientras que la obra de José Hernández peca de sarmientismo en su conclusión. Esta comparación se haría también usual en la crítica hudsoniana, como una manera de legitimar la figura de Hudson al confrontarla con el máximo exponente de la tradición gauchesca, y sería retomada por Martínez Estrada (en un artículo de 1940) y por Luis Franco (1941).

La primera traducción relevante llega a Argentina en 1928 y es la versión de The Purple Land que Eduardo Hillman publicara en Madrid (con prólogo de Robert Cunninghame Graham y epílogo de Miguel de Unamuno) en la Agencia General de Librería y Publicaciones (esta misma traducción sería editada en Argentina desde 1941 por la Biblioteca “Pluma de Oro”). El diario La Nación publicó en entregas la traducción de Hillman en 1928, así como el artículo “La influencia nativa en la obra de Hudson” de Emiliano Mac Donagh.

Justamente ese año, Horacio Quiroga publica su primer artículo sobre Hudson, titulado simplemente “La tierra purpúrea”. En 1929 publicaría el segundo, “Sobre ‘El Ombú’ de Hudson”, donde valora y critica la traducción “acriollada” que Hillman hace de “El Ombú”.

1929 sería también un año clave para la repatriación simbólica del naturalista, pues es entonces cuando Fernando Pozzo, el gran difusor y domesticador (Calafat, 2012) de Hudson en Argentina, rastrea el solar natal del autor, la estancia llamada “Los veinticinco ombúes”. Se propone comenzar a difundir concienzudamente la obra de Hudson y solicita a la Municipalidad de Quilmes que adquiera los derechos para traducir Far Away and Long Ago en 1935, publicando su propia traducción tres años después.

Durante la década del veinte, la difusión de Hudson estuvo tácitamente a cargo de Borges y Pozzo y, en menor medida, a cargo de Quiroga. Se plantea de manera incipiente la dicotomía de grupos literarios que pugnarán por la canonización del naturalista, Borges encabezando a Sur y Quiroga siendo ya por ese entonces miembro de la llamada “hermandad” (Tarcus, 2009) presidida por Lugones. Pozzo, por otro lado, se mantuvo siempre ligeramente al margen y en su figura de difusor, principalmente debido a que no realiza una labor intelectual por fuera de su labor de traductor y difusor. Cuando en 1941 publique su clásica Antología de Hudson, incluirá tanto a Borges como a Martínez Estrada, además de a autores ingleses.

La década del treinta se inaugura con un hecho promisorio. El 7 de noviembre de 1930, la hasta entonces localidad de “Conchitas”, en el partido de Berazategui, pasa a llamarse “Guillermo Enrique Hudson”.

El número 1 de la revista Trapalanda. Un colectivo porteño sale en octubre de 1932 (la revista llegaría completar sólo siete entregas, culminando en 1935). Esta nueva propuesta editorial de Samuel Glusberg, quien venía de cerrar la primera etapa de Babel, contó con sus colaboradores usuales, Luis Franco y Martínez Estrada, jóvenes amigos de la hermandad que formaban bajo el ala de Lugones, y el primer número estuvo parcialmente dedicado a la figura de Hudson. Si bien podría considerarse que su accionar simplemente complementa y colabora con la tendencia general de primeras menciones y traducciones a Hudson, el número 1 de Trapalanda constituye una de las primeras acciones de canonización contraofensiva que llevaría a cabo el grupo de Glusberg en contra de la potestad que parecían detentar Borges y el grupo  Sur. La revista incluía un artículo de Glusberg titulado “Homenaje escolar a Hudson” (3) y una dedicatoria y prólogo del amigo de Hudson, R.B. Cunninghame Graham, además de una primera traducción hecha por Jorge Casares de “El cardenal”, un fragmento de Far Away and Long Ago donde el naturalista relata la historia de su primer pájaro enjaulado.

En 1934, Glusberg se hace responsable de otro acto en pos de la canonización de Hudson en Argentina, publicando el artículo “La reconquista de Hudson” en el diario La Nación (históricamente relacionado al grupo Sur). Gómez (2009:75,n3) parece considerarlo como el detonante de la posterior actividad editorial y de difusión en torno a Hudson y lo cierto es que este artículo no sólo bautiza como “reconquista” la campaña de canonización del naturalista, sino que también demuestra un profundo conocimiento de su obra, en una época en la que, como hemos visto, no existían aún traducciones y las obras en su idioma original eran igualmente difíciles de conseguir. Glusberg hace un repaso por sus principales obras, literarias y científicas, y termina defendiendo su importancia dentro de nuestras letras al definir a Hudson como el “intérprete universal de su tierra incógnita” (68).

En 1937, Hudson ingresa formalmente a la institución canonizadora por excelencia cuando se lo menciona en la “Introducción” a la Antología clásica de la literatura argentina que Borges publicara junto a Pedro Henríquez Ureña. A pesar de que ésta no es una antología muy borgeana, Barcia considera que la inclusión de Hudson es muy probablemente sugerencia de Borges (1999:44).

1938 se presenta como un año clave para la campaña de difusión de Hudson: marca el inicio de una época dorada para el mercado editorial, que tendrá al naturalista como una nueva incorporación, a través de la publicación de Far Away and Long Ago que Fernando Pozzo y su esposa, Celia Rodríguez de Pozzo, realizaran para la Editorial Peuser. Esta versión se editó con un prólogo especial de Robert Cunnighame Graham y palabras preliminares de Pozzo explicando el proceso de traducción y su descubrimiento, en 1929, del solar natal de Hudson. La traducción terminaría convirtiéndose en un clásico, puesto que, a pesar de que se realizaron otras cinco traducciones de esta obra de Hudson (4), la del matrimonio Pozzo contó con ocho reediciones entre 1938 y 1978 y asentó su versión castellana del título (Allá lejos y hace tiempo), prácticamente la única utilizada (hasta la llegada, en 2003, de la traducción española de Miguel Temprano García titulada Allá lejos y tiempo atrás, cuya superioridad argumenta Calafat, 2012).

La década del treinta se caracterizó por el cosmopolitismo en el sector oligarca del campo literario argentino, con la intención de sistematizar un canon nacional e internacionalizar su difusión. Mientras que la labor de Pozzo se mantendrá estable e ideológicamente poco comprometida, en el proyecto creador borgeano ya no funciona con tanta intensidad el código maestro del criollismo (que seguirá sustentando epigonalmente las intervenciones de Glusberg), y Borges inaugura las temáticas extranjeras características del resto de su obra. Lentamente comienza a surgir en su crítica una concepción de Hudson donde no prima lo criollo sino el prestigio anglosajón que la obra del naturalista confiere a la identidad nacional. Esto reviste de importancia, pues demuestra la multiplicidad de significados que es capaz de portar la figura de Hudson, incluso dentro de la obra de un mismo autor.

Sin embargo, las intervenciones culturales llevadas a cabo por Glusberg y la “hermandad” de Lugones cobran relevancia en esta década y demuestran una postura firme en la reivindicación de Hudson por parte de este sector enfrentado al surismo, postura que terminará de afirmarse en la década siguiente, cuando se cumplan cien años del nacimiento del naturalista.

1938-1955: la “época de oro” de la industria editorial

El auge de la industria editorial argentina fue determinado principalmente por el nacimiento de casas editoriales que dominarían la industria durante el resto del siglo XX y que tuvieron su origen en el éxodo de intelectuales y editores españoles generado por la Guerra Civil (1936-1939) hacia Latinoamérica, principalmente México y Argentina, si bien nuestro país contaba ya con una industria asentada y un creciente público lector que fue aprovechado por las modernas políticas editoriales. (de Diego, 2014).

1938 y la publicación de la traducción del matrimonio Pozzo marcan el comienzo de la trayectoria editorial de Hudson en Argentina. Ahora bien, cabe preguntarse qué representaba exactamente la publicación de Hudson en el mercado editorial argentino de la época, donde pocos autores argentinos eran difundidos por las casas más importantes y se confería prioridad a autores extranjeros (principalmente debido a la preponderancia de editoriales de origen español que exportaban desde Argentina gran parte de su producción). ¿Hudson era considerado por las casas editoriales como un autor extranjero a la hora de publicarlo o esta difusión respondía a las inquietudes criollistas de la generación anterior?

La del cuarenta será la década central en el proceso de canonización de Hudson. En décadas anteriores, los críticos abogan principalmente por su nacionalización, por defender su argentinidad, por especular con sus conocimientos del español y por granjearle el derecho de ser considerado parte de la literatura argentina. A partir de 1940 y gracias a la favorable circunstancia de que 1941 coincide con el centenario de su nacimiento, la actividad crítica se abocará a la canonización de Hudson, es decir, a justificar la centralidad del autor dentro de las letras argentinas, principalmente debido a su calidad de “intérprete universal” de nuestro país, como lo venía llamando Glusberg desde 1934 (68).

Cilento expone concisa y hábilmente el proceso de visibilización que atraviesa la figura de Hudson y en el medio del cual nos encontramos:

En 1941, el centenario del natalicio del autor de La tierra purpúrea fomenta los primeros intentos sistemáticos y conjuntos por ingresar su figura al cuadro de los escritores gauchescos. Hay homenajes públicos, conferencias, primeras páginas de suplementos culturales en La Nación y La Prensa […]. La década 1945-1955 registra la mayor cantidad de traducciones y ediciones en castellano, así como también la construcción de grandes ensayos de interpretación (Ezequiel Martínez Estrada, Guillermo Ara, Luis Franco, etc). Entre la conmemoración del Centenario del natalicio y la década de 1960 se han cumplido tres procesos: nacionalización, canonización y culto a Hudson; en sólo veinte años, se ha pasado de una recepción combinada (en el cuarenta coexisten las lecturas críticas importadas de Inglaterra con las locales) a una introyección del escritor en el sistema literario de la gauchesca, junto a José Hernández, cuando no superándolo. (Cilento, 1999:50)

Como se desprende del comentario de Cilento, no se trataba sólo de canonizar a Hudson, sino de injertarlo retrospectivamente en los orígenes de nuestra literatura, en el “cuadro de los escritores gauchescos” junto a José Hernández. Estas estrategias no apuntan tanto a la canonización de Hudson en Argentina, sino a la canonización de Argentina entre otras tradiciones culturales y literarias, usando como combustible el prestigio anglosajón provisto por la figura del naturalista.

En su “Introducción” a varias obras de Hudson publicadas en Caracas por Biblioteca Ayacucho, la crítica inglesa Jean Franco opina que la función que tuvo la figura de Hudson en el campo intelectual argentino de la década del cuarenta se relaciona con las crecientes tendencias antiperonistas:

Para los críticos, se convirtió en el verdadero cronista de una Argentina anterior a la inmigración, de una edad de oro de vida rural y, en consecuencia, la fuente genealógica ideal para una cultura nacional incontaminada de las masas urbanas. (1980: XLV).

Si bien dos de sus más conocidos defensores fueron Borges y Martínez Estrada, antiperonistas radicales, críticos posteriores (Arocena, 2009; Calafat, 2012) consideran excesiva la postura de Franco. Y es que lo cierto es que la recepción de Hudson cumplió un papel fundamental dentro del sistema de representaciones del antiperonismo, pero también fue emblema para intelectuales vinculados a tendencias políticas e ideológicas francamente opuestas, como Glusberg o Franco.

La década crítica se inaugura tímidamente en 1940, en el número 13 de la revista chilena Babel (editada por el argentino Samuel Glusberg), cuando Martínez Estrada colabora con un artículo titulado “Hernández y Hudson”, comparación ineludible que Borges había inaugurado en la década del veinte y que Luis Franco retomaría en su artículo homenaje de 1941.

Después de la repatriación de Tagore en 1924, el año 1941 marca el segundo momento clave en la campaña de canonización de Hudson, pues se celebra entonces el centenario del nacimiento del autor. En este marco, se realiza una serie de homenajes editoriales:

El más recordado en nuestro país es la clásica Antología de Guillermo Enrique Hudson con estudios críticos sobre su vida y su obra, editada por Losada y tácitamente a cargo de Pozzo, donde Pozzo mismo publica una grandilocuente “Semblanza de Hudson”, se reproduce una nota de Borges ya publicada en La Nación (“Sobre The Purple Land”, luego recopilada en Otras inquisiciones, 1952), y se incluye el estudio de Martínez Estrada titulado “Estética y filosofía de Hudson”, además de un artículo de Jorge Casares que aborda la faceta naturalista del autor (“Hudson y su amor a los pájaros” (5)). Pozzo también hace una selección de autores ingleses, incluyendo artículos de V.S. Pritchett (6), H.J. Massingham (7) y Hugo Manning, un poeta inglés que se encontraba por la época residiendo en Argentina y que llegó a forjar amistad con los intelectuales de Sur, especialmente con Borges (8). La inclusión de estos críticos ingleses puede pretender resaltar la importancia crítica que también en Inglaterra se le otorgaba a la obra de Hudson como un medio indirecto de brindarle prestigio a su figura en Argentina.

El apartado llamado propiamente Antología contiene una selección de textos extraídos de Far Away and Long Ago, Idle Days in Patagonia, The Naturalist in La Plata, El Ombú y Adventures Among Birds. El denominador común de estos fragmentos es, huelga decirlo, la ambientación nacional.

El artículo de Borges se publicó originalmente en primera plana del suplemento Artes y Letras del diario La Nación (dirigido en esa época por Eduardo Mallea)el 3 de agosto de ese mismo año, junto con la traducción de Doello Jurado de “Biografía de una vizcacha” (originalmente publicada por ese mismo diario en 1916). Borges reseña una vez más la primera novela de Hudsony dice que “Quizá ninguna de las obras de la literatura gauchesca aventaje a The Purple Land” (1941:65), uno “de los pocos libros felices que nos han deparado los siglos” (66). El artículo de Martínez Estrada apareció en la revista Sur N°81 en junio de ese año y allí el autor compara a Hudson con Goethe y Tolstói y llega a decir que “Nuestras cosas no han tenido poeta, pintor ni intérprete semejante a Hudson, ni lo tendrán nunca” (37).

Los dos intelectuales más importantes de la época estaban finalmente consagrando a Hudson como escritor nacional (pues su argentinidad estaba argumentada y defendida en ambos artículos), pero además se le adjudicaba al naturalista una profunda penetración en la realidad e idiosincrasia americana (Martínez Estrada prácticamente considera a Hudson como un filósofo de la naturaleza a la par de los trascendentalistas norteamericanos).

La reivindicación de Hudson ejercida por Borges y Martínez Estrada constituyó un temprano manifiesto antiperonista, con su contradicción al modelo nacionalista local, en el que el relato oficial debía contar con un correlato patrio en esferas como historia o literatura. Pronto se alzó la voz de la izquierda nacionalista, en lo que sería sólo el comienzo de una polémica que se agudizará en la década siguiente. 

Julio Irazusta les responde desde las páginas del semanario Nuevo Orden (9), declarando anacrónica la lectura de Hudson, mientras que Bruno Jacovella tilda los escritos de Borges (y los de Martínez Estrada, por añadidura) de atacar al nacionalismo desde la oligarquía (cfr. Beraza, 2015:96-97). En esta querella, se percibe la colisión de dos códigos maestros que, simplificándolo, hacen reencarnar en la oposición Florida-Boedo, la ideológica antiperonismo-peronismo.

Un homenaje poco tenido en cuenta por la crítica de nuestro país llega de la mano de Samuel Glusberg, el editor y amigo personal de Lugones, Quiroga y Martínez Estrada (10), que entre 1939 y 1951 editó Babel. Revista de arte y crítica (segunda época) desde Santiago de Chile (11). El número 18 de Babel, de agosto de 1941, estuvo enteramente dedicado a Hudson e incluyó colaboraciones del propio editor (Glusberg publica una versión corregida de su artículo de 1934 “La reconquista de Hudson”) y del poeta catamarqueño Luis Franco, que colabora extensamente con uno titulado “Hudson en la pampa”. Participan también el novelista chileno Manuel Rojas (“El animismo de Hudson”), el escritor chileno y traductor de Hudson, Ernesto Montenegro (“Hudson, novelista de la naturaleza”), el escritor peruano Ciro Alegría (“Una lección de Hudson”) y el poeta rosarino Hernán Gómez (con un poema titulado “El rastro de Hudson”) (12). Recordemos que Glusberg ya había emprendido una acción de canonización similar cuando en 1932 dedicó el primer número de su nueva revista Trapalanda también a la figura de Hudson.

El homenaje cierra con una breve antología inédita, que incluye fragmentos, probablemente traducidos por los mismos colaboradores, extraídos de Afoot in England (1909), A Traveller in Little Things (1921) y A Hind in Richmond Park (1922), obras de Hudson menos conocidas en el medio latinoamericano de la época y cuyo hilo conductor está dado también por los recuerdos del naturalista de la vida en nuestro país.

En la contienda suscitada por Borges y Martínez Estrada, no debemos olvidar el papel que juega Samuel Glusberg, que responde también, a su manera socialista aunque no partidaria, desde las páginas de Babel, sosteniendo que sí debemos leer a Hudson, porque es “el primer escritor contemporáneo que logra dar expresión universal al espíritu criollo” (88), es decir, porque a través de Hudson los argentinos pueden comprender mejor su propia esencia. También Franco argumentará a favor de la lectura de Hudson, proponiendo al autor como un ejemplo para los americanos:

[…] Hudson no fue sino un gaucho que no se dejó enredar por la cultura sino que llegó por ella a la plenitud de su expresión espiritual. Y por eso podemos, reivindicar su grandeza como nuestra, y lo que es más, mirarlo como un ejemplo de nuestras posibilidades. (101)

No son las virulentas respuestas de nacionalistas como Irazusta o Jacovella las que logran finalmente oponerse al núcleo ideológico de la Antología de Pozzo (constituido por los artículos de Borges y Martínez Estrada), sino que es Babel 18 el homenaje que constituye su verdadera contracara: además de los autores argentinos, reemplaza a los ingleses escogidos por Pozzo por tres críticos latinoamericanos e incluye también una antología (aunque mucho más breve debido a su formato revista). La orientación ideológica de los colaboradores de Babel resulta también opuesta a la tendencia surista que dominaba la crítica hudsoniana desde Argentina. Mientras que Glusberg y Franco eran declarados socialistas, los demás autores, de tendencias regionalistas todos, constituyen un manifiesto panamericanista de parte de la dirección editorial.

También en 1941, Carlos Alberto Leumann, el periodista que hablara con Tagore en 1924, recuerda la anécdota y publica el artículo “Guillermo Enrique Hudson. Mañana se cumple el centenario de su nacimiento” en el suplemento literario de La Prensa (03/08/41).

Acerca de Santiago Rueda Editor, sello donde se editaría repetidamente a Hudson durante los años venideros, de Diego afirma:

En 1939 [Santiago Rueda, sobrino de Pedro García y responsable durante muchos años de la sección literaria de El Ateneo] funda su propio sello, que se caracterizará por un catálogo de escritores mayoritariamente extranjeros. El cuidado en la selección de los textos -en la que influyó su asesor literario Max Dickmann- y en la política de traducciones hizo de Santiago Rueda una editorial decisiva en la incorporación de autores clave a nuestra lengua. (2014:107)

Entre 1944 y 1947, Santiago Rueda Editor publica cinco títulos de Hudson. En 1944 se edita Aventuras entre pájaros (Adventures Among Birds, 1913), con traducción de Ricardo Atwell de Veyga. En 1946, la misma editorial publica otros tres títulos: Vida de un pastor (A Shepherd’s Life, 1910), también con traducción de Atwell de Veyga, Pájaros en la ciudad y en la aldea (Birds in Town and Village, 1919), con traducción de Federico López Cruz y El libro de un naturalista (The Book of a Naturalist, 1919), con traducción de Máximo Siminovich. En 1947 llega la primera traducción de la novela Fan. The Story of a Young Girl’s Life (1892) a cargo de Carlos A. Massini.

En 1944, Editorial Claridad publica Una cierva en el parque de Richmond (A Hind in Richmond Park, 1922), última obra de Hudson, traducida por Fernando Pozzo y su esposa, con prólogo del primero. La publicación en una editorial de tendencias socialistas como Claridad nos recuerda que Pozzo no pone el acento en cuestiones ideológicas, sino que su mayor interés es la difusión de Hudson. Pozzo funciona como un agente ideológicamente poco comprometido del campo intelectual (recordemos que su profesión original es la medicina), pero que se ve de todas maneras cooptado por las tendencias dominantes.

La década del cincuenta comienza con un acontecimiento central para la figura de Hudson, que demuestra su ya relativa canonicidad en el campo literario argentino, terminando de apuntalarla, y cómo la discusión sobre el emblemático autor no se mantendría alejada de la dimensión política que tradicionalmente ingresa en la esfera literaria argentina.

El acontecimiento al cual nos referiremos es la publicación, en 1951, del ensayo de Ezequiel Martínez Estrada titulado El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson y que resulta probablemente, dentro de las obras que analizamos, una de las autónomamente más relevantes. Esta obra representa la culminación de la reflexión estradiana sobre el naturalista, la cual comienza tan sólo diez años antes (con la publicación de dos ensayos cortos), aunque Martínez Estrada haya entrado en contacto con la obra de Hudson en la década del treinta, gracias a su amistad con Glusberg.

Siguiendo la línea de ensayos de interpretación nacional, en El mundo maravilloso…, Martínez Estrada inserta a Hudson en una genealogía personal de autores que representan la esencia de lo argentino, interesándose filosóficamente por el naturalista, lo cual lo aleja definitivamente de la tendencia socialista que maneja Glusberg, de la cual ya se había distanciado en 1941 al publicar su artículo “Estética y filosofía de Hudson” en la revista Sur de Victoria Ocampo, y no en el homenaje de Babel.

En su ensayo, Martínez Estrada estudia la biografía y la obra de Hudson, y denomina al universo que allí se construye como “mundo maravilloso”, calificativo con que lo erige en emblema de una utopía social que el autor, por un lado, propone como integración de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie, y, por otro, postula como mensaje filosófico perentorio para enfrentar los efectos del peronismo.

Coincidiendo con la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952), la obra de Martínez Estrada puede leerse como una utopía antiperonista, sintomática de toda una generación intelectual identificada con la repulsa al peronismo, como lo fueron particularmente los autores nucleados en torno a la revista Sur (Borges, Mallea, Bioy Casares, Sabato y Victoria Ocampo), aunque Martínez Estrada mismo no haya pertenecido íntegramente a este núcleo intelectual.

En pleno auge de la ideología peronista, Martínez Estrada elige escribir sobre Hudson, un autor que consideraba inútiles los conceptos de patria o nación (e incluso negativos, pues pervertían al hombre), a la vez que deleznaba los procesos de industrialización (que alejan al hombre de su contacto con la naturaleza), ambos estandartes del proyecto peronista.

Martínez Estrada había escrito ya sobre la obra de José Hernández en su ensayo de 1948 Muerte y transfiguración de Martín Fierro (rebajando la obra de su categoría de poema épico a la de mera ficción o novela) y ahora recurría a Hudson para oponerse a la figura del gaucho como mito fundacional del modelo nacional-peronista (Beraza, 2015:98), en especial difundida por el filósofo Carlos Astrada desde su obra El mito gaucho de 1948, en una época en que la crítica literaria se regía por el paradigma Rojas-Lugones.

Martínez Estrada proponía a Hudson como un representante máximo de la realidad americana, como el origen y uno de los mejores exponentes de la literatura nacional. Pero estas afirmaciones, hechas sobre un autor de tradición anglosajona que practicaba una estética de la nostalgia en escenarios etéreos extintos por el avance civilizatorio, inevitablemente despertaron la indignación de la izquierda nacionalista de los años cincuenta, la cual consideraba a Hudson sencillamente un inglés y a su obra como desconectada de la verdadera realidad americana: una sociedad actual que ponía su acento ya en el movimiento obrero (Viñas y más adelante Walsh y Rivera), ya en el atavismo del abolido mundo indígena (Kush, Murena).

Después de dejar establecida su admiración por Hudson, en 1953 Martínez Estrada colaborará con el prólogo a Un naturalista en el Plata (The Naturalist in La Plata, 1892), que Emecé edita supervisada por Justo P. Sáenz (hijo).

Luego de que uno de los mayores ensayistas de las letras argentinas se consagrara a Hudson, la década del cincuenta será también testigo de la llegada formal del naturalista al ámbito académico. Los estudios críticos exhaustivos a cargo de académicos comienzan en 1952, con la publicación de Hudson vuelve. Sentido de nostalgia y soledad de Luis Horacio Velázquez a cargo de la editorial Llanura de La Plata. Dos años después Guillermo Ara publica Guillermo E. Hudson. El paisaje pampeano y su expresión en la editorial universitaria Eudeba.

Una tibia respuesta a la postura de Martínez Estrada, que no termina de oponérsele y que por momentos podría decirse que la acompaña, llega en 1956 con la publicación del ensayo biográfico de Luis Franco titulado Hudson a caballo (13), donde el autor construye epigonalmente un Hudson como emblema socialista, aunque su propuesta ya no tiene tal vez la fuerza que la obra de Franco ganaba con el movimiento regionalista de décadas anteriores. Luego de abordar la biografía de Hudson de manera novelada, Franco dedica capítulos enteros a la descripción “medio” en que se desarrollara la vida del joven Hudson (sin mencionar prácticamente su destino en Inglaterra), muy a la manera marxista de interpretación sociológica. Enfrentado al de Martínez Estrada, el ensayo de Franco resulta más deudor del esteticismo de un regionalismo criollista que de la experiencia reciente de la polarización peronismo-antiperonismo.

El período central de la difusión de Hudson culmina con un hecho sin embargo significativo, que representa un asentamiento de la figura del naturalista en la cultura argentina, la actitud de culto a la que se refiere Cilento. En 1957, Masao Tsuda, embajador del Japón en Argentina (1954) y presidente de la Asociación Hudsoniana de Tokio junto a la Asociación Amigos de Hudson en Argentina realizó gestiones para rescatar de los intrusos la estanzuela “Los veinticinco ombúes”, que Pozzo había logrado identificar en 1929. Ese mismo año, la provincia de Buenos Aires declara el lugar Museo y Parque Evocativo Guillermo Enrique Hudson (por Decreto N° 7.641 con dependencia de la Dirección de Museos, Reservas e Investigaciones Culturales).

1956-1975: La consolidación del mercado interno

En esta época de inestabilidad política y persecuciones ideológicas, la industria editorial atravesó un período vacilante pero fructífero de publicaciones. Aún así, el furor por Hudson ha decaído y en este período registramos pocos estudios sobre el naturalista, aunque tal vez más orgánicos y académicamente maduros que en períodos anteriores. 

En 1963, Luis Horacio Velázquez publica Guillermo Enrique Hudson en Buenos Aires (Ediciones Culturales Argentinas), teñida de una retórica de optimismo latinoamericanista y de entusiasmo por lo telúrico. En 1966, Violeta Shinya brinda una conferencia titulada “Guillermo Enrique Hudson, hijo dilecto de Quilmes” que luego es publicada por Talleres Gráficos Tipo. Shinya fue la sobrina nieta de Hudson y primera directora del Museo Histórico Provincial nombrado en honor a Hudson que se fundaría al año siguiente.

En 1969, se publica G.E. Hudson, una antología con estudio preliminar de Juan E. Azcoaga en la colección “Enciclopedia del pensamiento esencial” (dirigida por Oberdan Caletti) del Centro Editor de América Latina, que conservaba el equipo y la política editorial de la Eudeba de Spivacow, intervenida en 1966 (cfr. de Diego, 2014:164).

Si bien la difusión de Hudson decae claramente durante la década del sesenta, pero regresa renovada en los años setenta gracias a la labor investigativa de Alicia Jurado, quien en 1971 publica la primera biografía documentada del naturalista, Vida y obra de W.H. Hudson (Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes), fruto del trabajo de varios años, que incluyó viajes a Inglaterra y Estados Unidos.

En la década del setenta, Ulyses Petit de Murat realiza una dramatización de The Purple Land en el Teatro de Verano del Jardín Botánico de Buenos Aires. Al mismo tiempo que Jurado, Juan Carlos Lombán publica en La Plata G.E. Hudson o el legado inmerecido (Editorial de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires), una obra reivindicatoria del naturalista en la época en la que declinaba su popularidad.

En 1972, Haydée M. Jofre Barroso publica Genio y figura de Guillermo Enrique Hudson (Buenos Aires: Eudeba), en un período de decadencia de la editorial (cfr. de Diego, 2014:160), con lo cual se construye, junto al de Lombán y Jurado, un tríptico de recuperación crítica de Hudson.

En 1974, Birds of La Plata (Aves del Plata, 1920) es traducida al castellano por José Santos Gollan y su esposa, Herminia Mangonnet de Gollan y editada por Libros de Hispamérica, con gran éxito editorial.

En 1978, llegaría un artículo que marca la modernización de la crítica hudsoniana. En Punto de Vista Ricardo Piglia publica con pseudónimo el artículo “Hudson: ¿Un Güiraldes inglés?” (1978), donde se establece un viraje en la lectura del autor anglo-argentino, desde la retórica encomiástica, telúrica y biografista, hacia una lectura concentrada en uno de los conceptos fundamentales de la crítica pigliana, el de tradición. Hudson, más que como un fenómeno singular e inclasificable, es considerado por Piglia dentro de la larga tradición de intelectuales extranjeros asimilados por la cultura argentina.

En 1980 llegaría de Caracas una edición doble de Hudson. Far Away and Long Ago y The Purple Land reciben una edición de la Biblioteca de Ayacucho a cargo de la crítica Jean Franco y con prólogo de Jaime Rest. También desde Venezuela, llegaría en 1981 la primera traducción (y única hasta la fecha) al español de A Crystal Age (1887), editada en Venezuela por Monte Ávila Editores y a cargo de Violeta Shinya.

Conclusiones

Luego de este estudio ideológico de la nacionalización y canonización de Hudson en Argentina, cabría cuestionar justamente la noción misma de canon. ¿Qué es, a fin de cuentas, un autor canónico? Si bien Hudson fue ampliamente editado en una época, no podemos evitar llegar a la conclusión de que su difusión se debió más bien a polémicas internas del campo literario argentino, siempre más atento a cuestiones ideológicas y políticas que otras tradiciones literarias. En la actualidad, Hudson en Argentina es un autor leído intra-académicamente y el ligero resurgimiento editorial que ha experimentado su obra en los últimos años (14) se debe justamente al consumo académico que utiliza la figura del autor como ejemplo de biculturalidad o relacionándolo con la tradición de viajeros ingleses que tan en boga se encuentra hoy en día.

La canonización de Hudson fue una campaña abordada conjuntamente por distintos sectores del campo literario argentino, representantes de diversos códigos maestros que circulaban ideológicamente, y que tuvo en éste una victoria parcial (llegando su figura a ser reconocida y discutida en los sectores hegemónicos del campo literario, que fueron, por otro lado, los mismos núcleos que empezaron con su difusión). Aun así, no encontró su lugar a largo plazo en el público lector más amplio. Si bien durante las décadas del cincuenta y sesenta se publicaron varias antologías escolares de Hudson y el autor fue difundido en el sistema educativo, su lectura no tuvo pregnancia con el correr de los años.

Como afirma Fredric Jameson,

nunca confrontamos un texto de manera realmente inmediata, en todo su frescor como cosa en sí […] los aprehendemos a través de capas sedimentadas de interpretaciones previas, a través de los hábitos de lectura y las categorías sedimentadas que han desarrollado esas imperativas tradiciones heredadas. (1981:11)

Todo texto, según Jameson, al ser interpretado, se reescribe sobre la base de un código maestro que lo introduce dentro de su propia lógica, que lo distorsiona bajo la directriz de un relato ideológico atravesado por la historia. La recepción y la circulación de la obra de Hudson en el campo literario argentino fueron filtradas a través de códigos maestros que buscaban asimilar su figura y sus textos a ciertas constantes culturales dominantes del momento. Las tensiones ideológicas dentro del campo literario argentino y sus ulteriores cristalizaciones, mutaciones y reposiciones, han establecido, en su búsqueda por asimilar a Hudson a un relato ideológico determinado, no sólo el modo de leer sus textos, sino también la razón por la cual deben leerse.

El estudio de la trayectoria canonizadora de Hudson en el campo literario argentino revela un mosaico donde se cruzan diferentes textualidades que buscan sobreimprimirse a la obra del autor como forma “natural” de recepción: la lectura criollista, la lectura cosmopolita, la lectura socialista, la lectura antiperonista, etc. Todas configuran momentos que no sólo han producido la canonización de Hudson, sino que también han enriquecido y complejizado su figura hasta convertirla en un punto estratégico desde el cual el campo literario ha puesto en escena sus tensiones y del cual cada sector ha buscado apropiarse para establecer la legitimidad de la ideología representada.

Notas

  • Si bien Hudson fue altamente estimado por sus contemporáneos ingleses, su éxito literario no trascendió usualmente las barreras de los círculos de literatos e intelectuales, siendo Green Mansions (1904) su obra más recordada por el público anglosajón y su mayor éxito comercial. Alicia Jurado (1989:153) se refiere a Hudson como “un escritor para escritores” y probablemente sea ésta la razón de su nula trascendencia al ámbito argentino antes de la mención de Tagore.
  • Hudson y Tagore se conocieron probablemente en Londres, en el círculo literario de Mont Blanc (Pikenhayn, 1994:44), presidido por el amigo y editor de Hudson, Edward Garnett, a principios del siglo XX (Jurado, 1989:152) durante alguna de las giras literarias que Tagore solía hacer por Inglaterra y Estados Unidos.
  • Originalmente un discurso pronunciado en ocasión de la inauguración de la primera escuela bautizada por el naturalista.
  • M. Angélica Lamas de Córdoba (1955), Juan Antonio Brusol (1958), Alicia Hebe de Viladoms (1979), Idea Vilariño y Jaime Rest (1980) y Alicia Jurado (1999).
  • “De una conferencia pronunciada en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales el 14 de noviembre de 1929”, como reza la nota al pie en la antología de Pozzo (1941:47).
  • “Hudson, el naturalista”, de V.S. Pritchett (1900-1997), escritor y crítico literario inglés.
  • “Hudson, el gran primitivo”, de H.J. Massingham (1888-1952), escritor ruralista inglés y amigo de Hudson (Jurado, 1989:159).
  • “Significación e influencia futura de Hudson”, de Hugo Manning (1913-1977), poeta inglés que vivió en Córdoba entre 1938 y 1942 (forjando una amistad con Borges y recibiendo su poesía la influencia de éste), mientras colaboraba con las publicaciones La Nación, Sur, Argentina Libre, Agonia, The Buenos Aires Herald, y The Times of Argentina. Fue un período particularmente fértil para el autor, quien estrenó en Argentina su única obra teatral, Disturbios en Fancilmania (El Teatro Experimental de Córdoba, 29/09/42).
  • Dirigido por el escritor nacionalista Ernesto Palacio (1900-1979).
  • Samuel Glusberg, alias Enrique Espinoza, es una figura poco tenida en cuenta en Argentina pero recientemente revalorizada por las investigaciones de Tarcus (2001, 2009) y en las recopilaciones y estudios críticos de Ferretti, Fuentes y Gutiérrez (2008, 2011).
  •  Aunque la publicación de Babel sea formalmente chilena durante su segunda época, la consideramos parte de la crítica literaria argentina debido, en primer lugar, a que en su etapa fundadora (1921-1929) se editó desde Buenos Aires y, en segundo lugar, a que su editor y colaboradores centrales siguieron siendo los mismos, algunos de los cuales incluso enviaban sus colaboraciones desde Argentina, donde también podía conseguirse la publicación (Tarcus, 2009:286, 288, 302).
  • Para un análisis más profundo de este homenaje a Hudson, véase también mi trabajo “El centenario de W.H. Hudson en Babel. Revista de arte y crítica. Segunda época (Santiago de Chile, 1939-1951)” (en prensa), presentado en el I Congreso Internacional sobre Revistas y Redes Culturales en América Latina, realizado en Santiago de Chile en agosto de 2016.
  • La obra estaba lista para su publicación desde 1953, pero fue rechazado por la editorial Peuser, a pesar de ser la misma que se lo había encargado a Franco (Tarcus, 2009:320). En 1956, fue finalmente editada por Alpe.
  • Principalmente gracias a la iniciativa de la editorial Buenos Aires Books en colaboración con la dirección del Museo Histórico Provincial Guillermo Enrique Hudson.

Bibliografía

ALTAMIRANO, Carlos / SARLO, Beatriz. Literatura y sociedad. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1977.

AROCENA, Felipe (2009) De Quilmes a Hyde Park. Las fronteras culturales en la vida y obra de W.H. Hudson. Buenos Aires: Buenos Aires Books.

BARCIA, Pedro Luis (1999) “El canon literario argentino según Borges” en Revista de Literaturas Modernas, Nº 29, Mendoza, Argentina. pp.35-72.

BERAZA, Luis Fernando (2015) El pensamiento de Ezequiel Martínez Estrada: de Sarmiento al Che. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Eudeba.

CALAFAT, Caterina (2012) “Far away and long ago: William Henry Hudson vs. Guillermo Enrique Hudson” en Oceánide, número 4, en sitio web: http://oceanide.netne.net/articulos/art4-11.php

CARDEN, Federico A. (2004) “Guillermo Enrique Hudson. Un naturalista en el Plata” en MUSEO, vol. 3, Nº 18. Universidad Nacional de La Plata. Museo de La Plata. Facultad de Ciencias Naturales. pp.78-8.

[http://www.fundacionmuseo.org.ar/revistasfundacion/revista-museo-no-18/]

CERESETO, Pedro Luis (1972) Guillermo Enrique Hudson y otros ensayos. Buenos Aires: s/n.

CILENTO, Laura (1999) “Hacia un cronotopo rioplatense en Borges: su lectura de La tierra purpúrea de Guillermo E. Hudson” en Letras. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires (junio 1998-julio 1999).pp.49-57.

DE DIEGO, José Luis (director) (2014) Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2010). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

FERRETTI, Pierina, FUENTE, Lorena, GUTIÉRREZ, Patricio Gutiérrez y MASSARDO, Jaime (comps.) (2008) Textos escogidos de la revista Babel. 3 vols. Santiago: LOM .

 (2011) Enrique Espinoza y la revista Babel. 3 vols. Santiago: LOM .

FRANCO, Jean (1980) “Introducción” en HUDSON, Guillermo Enrique. La tierra purpúrea y Allá lejos y hace tiempo. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

GAMERRO, Carlos (2015) Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana.

GÓMEZ, Leila (2009) Iluminados y tránsfugas. Relatos de viajeros y ficciones nacionales en Argentina, Paraguay y Perú. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert.

JAMESON, Fredric (1981) The Political Unconscious: Narrative as Socially Symbolic Act. Ithaca: Cornell University.

JOFRE BARROSO, Haydée M. (1972) Genio y figura de Guillermo Enrique Hudson. Buenos Aires: Eudeba.

JURADO, Alicia [1971] (1988) Vida y obra de W.H. Hudson. Buenos Aires: Emecé.

PICKENHAYN, Jorge Oscar (1994) El sino paradójico de Guillermo Enrique Hudson. Buenos Aires: Corregidor.

TARCUS, Horacio (2001) Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg. Buenos Aires: El cielo por asalto.

 (editor) (2009) Cartas de una hermandad. Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco, Samuel Glusberg. Buenos Aires: Emecé.

VENUTI, Lawrence (2004). The Translation Studies Reader. London and New York: Routledge.

Fuentes

AA.VV. (1932) Trapalanda (número dedicado a Hudson; colaboran R.B. Cunninghame Graham, E. Martínez Estrada, Luis Franco, Enrique Espinoza) – Octubre. Buenos Aires.

AAVV. (1940) Babel. Revista de arte y crítica, Año XX, N°13. Buenos Aires – Santiago de Chile – Nueva York: Nascimento.

AAVV. (1941) Babel. Revista de arte y crítica, Año XXI, N°18. Homenaje a Guillermo Enrique Hudson en el centenario de su nacimiento. Buenos Aires – Santiago de Chile – Nueva York: Nascimento.

AA.VV. (1941) Antología de Guillermo Enrique Hudson (precedida por estudios críticos de F. Pozzo, E. Martínez Estrada, J. Casares, J.L. Borges, H.J. Massingham, V.S. Pritchett, H. Manning). Buenos Aires: Losada.

ARA, Guillermo (1954) Guillermo E. Hudson. El paisaje pampeano y su expresión. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Literatura Argentina.

BORGES, Jorge Luis (1994) “Queja de todo criollo” en Inquisiciones. Barcelona: Seix Barral. pp.139-146.

­­ (1998a) “Sobre The Purple Land” [1941] en Otras inquisiciones. Madrid: Alianza. pp. 208-215.­

 (1998b) El tamaño de mi esperanza. Madrid: Alianza [1926].

 (1998c) “La poesía gauchesca” [1932, revisado 1964] en Discusión. Buenos Aires-Madrid: Alianza. pp. 11-48.

 (1998d) “El escritor argentino y la tradición” en Discusión. Buenos Aires-Madrid: Alianza. pp. 188-203.

FRANCO, Luis (1956) Hudson a caballo. Buenos Aires: Alpe.

IRAZUSTA, Julio (1941) “Guillermo Hudson. En el centenario de su nacimiento” en Nuevo Orden, Año 2, N°56, 6 de agosto de 1941.

JACOVELLA, Bruno (1941) “Martín Fierro y los intelectuales de una generación” en Nuevo Orden, Año 2, N°57, 13 de agosto de 1941. p.3.

MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel (2001) El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson. Rosario: Beatriz Viterbo.

QUIROGA, Horacio (1993a) “La tierra purpúrea” en Los “trucs” del perfecto cuentista y otros escritos. Buenos Aires-Madrid: Alianza

 (1993b) “Sobre El ombú, de Hudson” en Los “trucs” del perfecto cuentista y otros escritos. Buenos Aires-Madrid: Alianza.

Eva Lencina. Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán, actualmente cursa el doctorado en Letras de la Universidad Nacional de Córdoba. Integra el Instituto Interdisciplinario de Literaturas Argentina y Comparada (UNT) e investiga la obra del escritor anglo-argentino William Henry Hudson gracias a una beca doctoral otorgada por el CONICET. Ha estudiado también la obra de J.D. Salinger y publicado artículos en revistas especializadas en el área de Literaturas Comparadas (argentina-anglosajona), tales como La Palabra (Colombia), Espéculo (Madrid), Argus-a. Artes & Humanidades (California-Buenos Aires), Cuadernos (San Salvador de Jujuy).