RELEED #1 / 22

Editores y política. Entre el mercado latinoamericano del libro y el primer peronismo (1938-1955), de Alejandra Giuliani

Alejandro Schmied

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Resumen

El trabajo de Alejandra Giuliani pone la lupa en un momento doblemente pinacular de nuestra vida política y de nuestra cultura: el momento de máxima expresión del libro argentino como industria y la emergencia del fenómeno político que va a condicionar la vida de las siguientes décadas. Edad de oro del libro argentino y peronismo. Dos pesos pesados de cualquier esfuerzo historiográfico. Los vínculos precisos que se desarrollan en este libro, aquellos que hacen a la relación entre la dirigencia de las asociaciones patronales y el Estado, nos transportan a un tiempo en que las características del mercado del libro eran absolutamente únicas.

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Palabras clave: historia social, peronismo, políticas editoriales

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Prólogo de editor (intervención)

Alejandra Giuliani es docente e historiadora. Se doctoró en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en 2015. Estudia procesos históricos ligados al libro y a la edición en Argentina y América Latina. Es una generosa maestra con todas las letras. La conocí porque tuve oportunidad de asistir a sus clases. Atesoro sus seminarios como espacio de formación, pero particularmente recuerdo una clase en la materia Introducción a la Actividad Editorial sobre historia de las editoriales que logró hacer interesante aquello que se presentaba como una larga secuencia de nombres, transmitiendo un enorme entusiasmo por la práctica de la Historia de la Edición. Luego, escribió el prólogo del primer libro de nuestra colección Sentidos del Libro, Escuchen lectorcitos. La Biblioteca Infantil General Perón, de Silvia Urich. Allí decía que “el peronismo también se hizo leyendo”, una frase que va a quedar resonando en nosotros un buen tiempo.

Su libro Un editor argentino. Arturo Peña Lillo (en coautoría con Leandro de Sagastizábal) es un gran ejemplo de cómo abordar un catálogo, una empresa y la figura de un editor, todo junto, entrelazado, permite dar cuenta de un agente cultural trascendente que se explica por la coyuntura política y económica; y a la vez, cómo estas explican el desarrollo de un catálogo y la constitución de una empresa editorial. Este abordaje es muy importante para el campo de estudios sobre el libro y la edición, porque sobreviene un auge transdisciplinar para abordar la especificidad de los procesos y las prácticas editoriales, y eso significa entonces que así como la Edición se nutre de muchas disciplinas, también se nutren las otras disciplinas y se despliega en otros campos aquello que es específico del campo de la Edición.

Una de las disciplinas que más aportaron a esa praxis reflexiva es la Historia, la propia historiografía del libro, la historia de las ideas y su circulación, y además la historia económica del libro, la historia de las empresas, empresas en el sentido de la organización, pero también del empeño puesto en esos proyectos vitales. O sea, el vaivén va desde la trayectoria personal hasta el contexto económico político. Este nuevo libro de Alejandra, Editores y política, se despliega hacia los estudios sobre el peronismo. Punto alto es el cruce entre dos corpus historiográficos que por mucho tiempo han aparecido distanciados: peronismo e historia del libro. Además, es imposible soslayar el apunte fundamental para el campo que significa la complejización de aquello que se llama “edad de oro del libro argentino”, y que Alejandra realiza en este libro.

Rol del Estado, estrategias colectivas y asociativas, liderazgos sectoriales. Editores y política es una exhaustiva investigación que nos devuelve una imagen de un momento único y resalta la actual fenomenal caída de la producción y consumo de libros en Argentina. Volver a revisitar políticas sobre el libro nos trae elementos que aparecen especularmente en el hoy, con sus diferencias, discontinuidades, pero también con sus brutales similitudes y continuidades: los actuales reclamos del sector del libro son como ecos de aquellos reclamos sectoriales, que se hoy traducen, no en posibilidades de crecimiento, sino de mera supervivencia. Este impacto económico, pero también cultural, crea superficies cada vez más ásperas para el desarrollo de la creatividad editorial e inspira a buscar en los márgenes del llamado “mercado” los futuros posibles. Algo de eso sugerimos en las siguientes palabras.

Prólogo original del editor

Un pequeño opúsculo de 8 por 13 titulado Pequeña historia de la imprenta en América fue publicado por la imprenta López de Buenos Aires en ocasión de la Primera Feria del Libro Argentino. Está fechado 1 de abril de 1943 y estuvo al cuidado de José Manuel López Soto y Atilio Rossi. En él, Félix de Ugarteche, su autor, cita las palabras del Ministro de Justicia e Instrucción Pública, quien en reunión con un grupo de editores en la Cámara Argentina del Libro hablando sobre los progresos obtenidos en el país en la publicación de obras, decía: “En síntesis, podemos calcular que el movimiento editorial argentino, sin contar las publicaciones periódicas, alcanza las 7.500 obras impresas por año, seis veces más que hace una década. La República se ha convertido así en una exportadora de libros por varios millones de ejemplares al año, conquista que os corresponde y que sabréis sin duda mantener y acrecentar, señores editores”.

En esa imagen, la del funcionario alabando los logros de los empresarios editoriales, podríamos condensar gran parte de la naturaleza de la relación Estado y edición en el siglo veinte. En tanto “industria cultural”, el Estado necesitó cada vez más exhibir sus logros. En tanto sector productivo, manufacturero, el Estado influyó en las condiciones de su desarrollo. En esa relación dialógica penduló el desenvolvimiento en Argentina –en Buenos Aires, mejor– de la edición moderna, tal como se la ha concebido históricamente: actividad económica autónoma de baja rentabilidad que se sirve de insumos sujetos a precios internacionalizados, con un valor cultural trascendente que, aunque es variable de género a género editorial, siempre está presente.

Esto, prácticamente, no varió en sus términos con el nuevo milenio. Lo que sí se modificó fue, por un lado, la naturaleza de los actores editoriales principales (de industriales –“más o menos”– nacionales a pequeños empresarios o gerentes de grupos trasnacionales), y por otro, la redimensión económica del negocio del libro que trajo al frente como casi único valor legitimante el capital simbólico de la industria.

El trabajo de Alejandra pone la lupa en un momento doblemente pinacular de esta relación (también de nuestra vida política y de nuestra cultura): el momento de máxima expresión del libro argentino como industria y la emergencia del fenómeno político que va a condicionar la vida de las siguientes décadas. Edad de oro del libro argentino y peronismo, dos pesos pesados de cualquier esfuerzo historiográfico.

Los vínculos precisos que se desarrollan en este libro, aquellos que hacen a la relación entre la dirigencia de las asociaciones patronales y el Estado, nos transportan a un tiempo en que las características del mercado del libro eran absolutamente únicas.

¿Qué define una “industria” como tal? ¿La naturaleza de aquello que produce? ¿El volumen de divisas que intervienen en sus intercambios? ¿El número de puestos de trabajo que ocupa?

La centralidad que la industria editorial argentina adquirió en todo el espacio iberoamericano, evidente en el aumento del volumen de exportación y la sustitución de importaciones (dos fenómenos relacionados con el impasse que la guerra civil española le impuso a la hegemonía editorial peninsular), coincidió con el desarrollo del mercado interno a partir de las mejoras que impuso la política de redistribución de ingresos del peronismo: trabajadores consumidores de bienes industrializados, el libro entre ellos. Dentro de ese marco, las asociaciones patronales buscaron incidir siempre para aumentar sus márgenes de rentabilidad. Materias primas, derechos editoriales, condiciones financieras y comerciales, para todos estos aspectos se plantearon políticas específicas.

El hecho de que existieran respuestas estatales concretas –la Ley de Crédito Editorial, por ejemplo– no se corresponde con una novedad absoluta del periodo, pero sí da cuenta de la mayor relevancia que el sector fue adquiriendo. Lo novedoso es que durante el auge de la industria la capacidad de influir desde el asociacionismo fue notable. También lo fue su relativa flexibilidad aun en posicionamientos ideológicos distantes, fundamentalmente a partir de la mancomunión de intereses empresarios cristalizados en entidades específicas.

La historiografía de la edición argentina fue y es un terreno de disputas. Desde Bottaro y García, quienes definieron lo que sería una edad de oro poniendo el acento en elementos cuantitativos muy concretos: exportaciones, registro de nuevos títulos, etc. Producción interna de libros y sesgo claramente exportador delimitarían esa época entre los años 1938 y 1955. El recorrido que la autora propone enriquece la mirada sobre el fenómeno. Si algunos elementos se dan por obvios (el retiro de la edición española del mercado hispanohablante por la guerra civil de 1936-1938, la explosión creativa de ciertas casas editoriales) y otros no tanto como la expansión del mercado interno por la política de desarrollo del primer peronismo –de la que, es cierto, no se poseen datos certeros–, el rol del asociacionismo patronal era casi ignorado aunque fuera desde ese espacio que las editoriales supieron beneficiarse de las oportunidades que el contexto externo y el desarrollo interno les ofreció. Desde allí “hicieron” la Edad de oro cuando la posguerra y el ascenso desbordante del peronismo fueron condiciones de posibilidad pero también condicionantes del despegue.

Los vínculos entre los empresarios del sector –la figura de Guillermo Kraft es paradigmática– y funcionarios de los gobiernos dan cuenta de eso. Al compromiso de mostrar la producción de libros como usina de cultura –históricamente su principal argumento de legitimación–, el desarrollo de ferias y exposiciones, en el país y en el extranjero, se corresponde la elevación de demandas empresariales. Cuando el Estado facilite las condiciones de la expansión, las relaciones serán optimas: “las tarifas reducidas –postales– para la circulación hacia todas las tierras”, pedirán los empresarios solicitando “criterio fiscal” para el desarrollo de una industria de exportación que genera el ingreso de divisas al país.

Luego, ya avanzado el gobierno peronista, cuando crezcan la visibilidad y el peso político de la asociación de empresarios editoriales estos se sentirán interpelados como en las demás corporaciones empresarias, y eso resultará en posiciones similares. Aun cuando las asociaciones ligadas al mundo cultural sean convocadas para proponer reformas a la ley de propiedad intelectual, a la cuestión de las traducciones (fundamental en catálogos “de exportación” en años en que Argentina ocupó un lugar predominante en esa intermediación), el peronismo, que es transición a otros modelos y es regulación estatal o corporativa, generará rechazos empresarios.

Otra perspectiva

Es imposible para mí leer un trabajo que aborde la historia del libro argentino sin pensar los paralelismos y las diferencias entre los distintos modos de editar, entre distintos modos de hacer, entre distintos tipos de editores (y es este un libro cargado de nombres propios –hombres todos–). La figura del empresario, heroico o no, no es completamente dominante entre los modelos editoriales hoy. Es que la figura del editor moderno, desde Antonio Zamora, remite a unas condiciones de producción tradicionales (las cuales Zamora buscó mantener, por ejemplo, creando instancias de asociación como la CAL).

En el periodo estudiado en este libro, el hecho de que la actividad editorial se pudiera considerar industrial definía, por ejemplo, el acceso a líneas crediticias prioritarias. Se señala que eso no constituía una obviedad, existía reticencia de los editores letrados (los “puros”) a ser encasillados de ese modo. Eso representaba ya un vuelco en relación al modelo de las empresas señeras de la primera mitad del siglo veinte, como Claridad y Tor, cuyas políticas de libros a precios ínfimos se van a ir volviendo insostenibles a partir de la segunda guerra mundial debido al aumento del precio del papel. Es una época en la cual la industria del libro generaba grandes cantidades de puestos de empleo.

Asistimos entonces, a través de los años, ocurre un deslizamiento desde un colectivo de empresarios que desplegó sus políticas en función de crear y expandir condiciones de producción con proyecciones continentales hacia un abanico de prácticas editoriales muy diversas. En ese tránsito, que ciertamente no es objeto de este trabajo, ciertas figuras son insoslayables. Una es la de Arturo Peña Lillo, cuyo sello representa una aislada piedra preciosa, aunque angulosa, que da cuenta de los objetivos de una política editorial integral, y se destaca, además, por su propio esfuerzo teórico. Rescatado en el recorrido historiográfico de este trabajo, Los encantadores de serpientes es un libro pequeño pero que ya se planteaba desde la práctica pensar la Edición.

Es que muchas formas anudan “edición y política”. Si Peña Lillo representa uno de los ejemplos más cercanos de un pequeño editor que hoy se proponga la sustentabilidad de un proyecto político-cultural haciendo, al mismo tiempo, militancia de sus ideas; otros, como Alberto Burnichón, quién comenzaba a editar en 1957, apenas cerrado el periodo de este libro o José Luis Mangieri, iban a dar corporalidad a una relación intensa: poner el proyecto de vida, su compromiso político, en el proyecto editorial. ¿Tendrían ellos presentes, en las décadas posteriores, aquellos modelos editoriales anteriores?

Leer y editar este libro me deja con muchos interrogantes sobre el hacer editorial hoy. ¿Dónde está el dinamismo del mercado editorial? ¿Leemos sobre un mundo editorial ya extinto? ¿Qué de esas tradiciones, de esos modos de producción, de esas políticas del libro se conservan en Argentina, luego del proceso de transnacionalización y concentración de los años 90 y de la micro-revolución editorial post 2001?

Entre aquel mundo y este sigue explotando de sentidos el valor simbólico del libro dentro del universo creativo de la producción editorial: su potencia como promesa de encuentro. Ahí está, como quimera, la Feria del libro de Buenos Aires, territorio donde muchas editoriales –pequeñas, medianas, incluso cooperativas–, hasta en términos oposicionales a la organización gremial, van confluyendo. Desde la década de 1940, cientos de miles –millones– de asistentes en 1943 y en 2018. Es asombroso como dos mundos editoriales tan disimiles (hoy la exportación de libros es ínfima, las tiradas representan una décima parte de las de otrora, la política de traducción de las casas editoriales claramente ocupa un lugar subalterno en el espacio de la lengua española, la extradición es baja) pueden tener ese punto de contacto.

Y no, ya no somos eso. Pero no porque lo diga este microeditor. Lo dicen las políticas públicas prácticamente inexistentes en términos económicos hacia el libro. El volumen de la industria. Lo dice la poca visibilidad de sus asociaciones. Pero fundamentalmente lo dice también la tremenda vitalidad de la actividad editorial desvestida de esos apoyos. La edición es hoy un calidoscopio que permite observar múltiples procesos micropolíticos en simultáneo. Puede convivir dentro de esa definición la política de un colectivo de educación popular y la expectativa de resultado económico de un grupo editorial trasnacional. Conserva la promesa del siglo que comenzó hace rato y siglos de intercambios que devuelven tradiciones que, con reverberancias y olvidos, la constituyen.

Publicar hoy Editores y política dentro de la colección Sentidos del Libro es también un orgullo enorme. Alejandra nos acompañó con su prólogo a Escuchen Lectorcitos, el primer título de la colección. Con ella encontramos un camino que conjuga la precisión historiográfica y la interrogación política. Queriendo o sin querer, hace escuela en el diverso, multidimensional campo de estudios del libro y la edición desde la certeza de una práctica que, como ella la realiza, interroga y es política, la Historia.

Bibliografía

De Sagastizábal, L. y Giuliani, A. (2014). Un editor Argentino. Arturo Peña Lillo.

De Ugarteche, F. (1943). Pequeña historia de la imprenta en América.

Giuliani, A. (2018). Editores y política. Entre el mercado latinoamericano del libro y el primer peronismo.

Peña Lillo, A. (1965). Los encantadores de serpientes.

Urich, S. (2010). Escuchen lectorcitos. La Biblioteca Infantil General Perón.

Alejandro Schmied. Editor. Fundador de Tren en Movimiento.

Para citar este artículo Schmied, Alejandro (2019). “Editores y política. Entre el mercado latinoamericano del libro y el primer peronismo (1938-1955), de Alejandra Giuliani”. RELEED. Revista Latinoamericana de Estudios Editoriales, núm. 9. Buenos Aires: Red de Estudios Editoriales (Universidad de Buenos Aires).