Condiciones para la expansión de la circulación de libros editados en Buenos Aires durante el primer peronismo
Alejandra Giuliani
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Resumen
El artículo aborda aspectos del período de la edición local de libros que fuera denominado “edad de oro del libro argentino” (1936-1955). Analiza las voces y los trabajos que iniciaron su proceso de caracterización, cuando fuera definido como una expansión de la edición literaria de calidad hacia la exportación, en dirección al mercado latinoamericano. A partir de allí, el artículo traza una perspectiva que considera que otro componente del período fue el ensanchamiento simultáneo del mercado interno, al compás de la expansión del consumo popular en la década del Primer Peronismo (1946-1955). Así, se recorren tópicos de la conformación del discurso fundante acerca de aquella prosperidad editorial, y se analiza el trabajo corporativo de editores en la construcción de “catálogos de exportación” de esa época. A la vez, el artículo busca establecer vínculos entre el mundo de la edición de entonces y las políticas públicas del Primer Peronismo, contemporáneo a esa época editorial. Analiza estrategias y acciones del grupo de dirigentes de la Cámara Argentina del Libro (CAL) durante aquellos años —encabezados por directivos de las más dinámicas editoriales literarias de la “edad de oro”, Gonzalo Losada y, por Sudamericana, Julián Urgoiti—. Ellos protagonizaron el establecimiento de negociaciones con organismos estatales para la creación de condiciones políticas y de mercado sobre todo para una orientación hacia las exportaciones, pero también hacia la expansión del mercado interno de libros.
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Palabras clave: libros, peronismo, historia social, políticas editoriales
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Un discurso editorial optimista
Una serie de testimonios y de estudios fueron paulatinamente definiendo con ese nombre a un período en que la actividad editorial argentina alcanzó su mayor prosperidad, tanto en la producción de libros como de sus ventas al mercado hispanoamericano.
Las primeras referencias a que se estaba produciendo una notable expansión editorial se encuentran en testimonios de la época, en la voz de editores fundadores de la CAL. Así lo expresaron los dirigentes del Primer Congreso de Editores e Impresores de 1938 (Giuliani, 2016) y, luego, también esa idea formó parte del discurso oficial de la entidad. En la presentación de la Memoria de 1943, el Consejo Directivo de la CAL (CD) consideraba con optimismo:
El movimiento editorial argentino ha conseguido verdadera primacía en el mercado librero de todo el continente, colocándose el país en posición privilegiada como exportador de libros, lo cual aparece evidente a poco que se atienda a los guarismos de volúmenes despachados por vía postal, que ha hecho conocer recientemente la Dirección General de Correos y Telégrafos de la Nación. La cifra oficial de que más de 10 millones de ejemplares de libros impresos en el país fueron remitidos por intermedio de las oficinas postales, durante el año 1942, habla con elocuencia irrefutable. Los pueblos de nuestro idioma satisfacen sus apetencias intelectuales mediante las ediciones que salen a millares de las prensas argentinas, correspondiendo destacar que estas ediciones han logrado imponerse por la seriedad de los procedimientos editoriales, el noble progreso gráfico del libro nacional y la conveniencia de los precios, que no tienen posible parangón con los que caracterizan a otros centros editoriales. (CAL, –Memoria y Balance, ejercicio 1942-1943, p. 7)
Ese mismo año, Ricardo Rojas en su discurso de inauguración de la Primera Feria del Libro Argentino, organizada por la CAL en la ciudad de Buenos Aires en 1943, afirmaba:
Nuestra Argentina tuvo en el siglo anterior vidas heroicas de escritores, y tuvo editores abnegados que trabajaron en la penuria del país entonces pobre. Hoy podemos afirmar que el manantial de lo heroico no se ha secado en el alma de excepcionales escritores contemporáneos y que la mayor capacidad cultural y económica de la República ha dado a los nuevos editores los medios para superar en calidad y cuantía la producción de las épocas pasadas. Todo eso está a la vista, y ello me exime de otra demostración, por innecesaria. Podemos, sin hipérbole, decir que con esta feria entramos en la edad de oro del libro argentino. (en CAL, Boletín Oficial de la Primera Feria del Libro Argentino, núm. 9, 1943, p. 2; citado en De Sagastizábal [1995: 128-129])
Las palabras de Ricardo Rojas son de las primeras en definir de manera contemporánea la “edad de oro”, tal como ha quedado posteriormente instalada en la historiografía, durante la inauguración del principal acontecimiento editorial de esos años.
Luego, estudios pioneros dedicados a la historia de la edición local, publicados en la década de 1960, consolidaron la imagen de la “edad de oro” como una expansión editorial hacia el mercado externo. Se trata de los trabajos La edición de libros en Argentina, de Raúl Bottaro, publicado en el año 1964 y Desarrollo de la industria editorial argentina, de Eustasio García, de 1965. Ambos autores eran protagonistas del mundo empresarial de la edición y estaban comprometidos con la CAL.[1] El aporte fundamental de estos dos trabajos es la elaboración de datos cuantitativos anuales de producción de libros y de exportación de impresos,[2] cifras que son utilizadas por posteriores estudios académicos. Raúl Bottaro y Eustasio García publicaron dos tipos de secuencias de cifras: la de producción de libros y la de su exportación. Sus interpretaciones surgen del cruce entre ambas variables: producción y exportación. Mientras Bottaro cuantificó el período 1938-1960, García lo hizo para 1933-1963/64. Las cifras generadas por ambos indican que fue enorme el crecimiento de la producción a partir del año 1936. Ese aumento se intensificó desde el año 1938 y creció mucho más y de manera continua hasta el año 1944, cuando llegó a un máximo de 5323 obras registradas. Se mantuvo hasta 1947, cuando descendió levemente, para de nuevo mantenerse con algunas fluctuaciones hasta el año 1955, en que bajó para mantenerse hasta el año 1958 (Bottaro, 1964: 29-36; García, 1965: 57-63).Estos valiosos números de producción de libros tienen, sin embargo, algunos límites. Como aclaran Bottaro y García, en esas épocas el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual, fuente de sus datos,[3] solo requería el registro de las primeras ediciones. Es decir, no de las reimpresiones ni reediciones, por lo que no es posible saber si pudo haber un mayor crecimiento en tanto se trata de cifras de novedades registradas, no de obras totales publicadas.[4]
Pero el límite mayor que existe para completar una caracterización de la “edad de oro” es la ausencia de datos cuantitativos de las ventas de libros en el mercado interno. Eustasio García mismo afirmó que “la falta de estadísticas no nos permite dimensionar con guarismos concretos el desarrollo de nuestro mercado interno”. Sin embargo, estimó que “tuvo un franco desarrollo y neutralizó la disminución de los mercados exteriores” (García, 1965: 117). Ahora bien, como sugirió el autor, del cotejo de las cifras de producción de libros con las de exportación, surge que a partir de 1947 —cuando las exportaciones, si bien no bajaron significativamente, sí dejaron de crecer— el mercado interno debe de haber absorbido parte de las anteriores exportaciones, porque las cifras de producción se sostuvieron, al menos hasta los años 1953-1954, lo que muy posiblemente indique buenas ventas en el mercado interno.[5] En esto fue contundente Jorge Rivera cuando afirmó lo siguiente: “Es conveniente recordar que el acortamiento del mercado externo fue compensado sin demasiadas dificultades, por un sensible incremento del mercado interno, cuya vigorosa dinámica impidió el auténtico colapso de la industria editorial” (Rivera, 1998: 99).[6]
Un aspecto relevante del problema surge de las condiciones de producción de los trabajos de García y Bottaro. Estos muestran el protagonismo de quienes integraban la CAL tanto en la elaboración del conocimiento cuantitativo que hoy contamos como de las primeras interpretaciones y periodizaciones de la edición argentina. Es decir que el tipo de datos por ellos construido y la interpretación que hicieron al elaborarlos descansan en una base cimentada por los compromisos y las intencionalidades de protagonistas sectoriales empresariales. Además, ambos libros surgieron de trabajos encargados por organizaciones privadas con objetivos propios de generar información.[7] La orientación de sus negocios hacia el mercado externo propia de los editores del CD de la CAL de los años cuarenta y cincuenta quedó claramente representada en los enfoques de los trabajos de Bottaro y de García, quienes se centraron en analizar la “gran exportación” ligada a los nichos vacantes abiertos por la Guerra Civil Española.
Los destinos de las ventas de libros
Así, desde sus inicios, la historiografía fue dejando en claro que una característica esencial del período fue la transformación de la edición de Buenos Aires en meridiano de la edición en español. Como durante dos décadas, entre mediados de la de 1930 y la de 1950, la ciudad fue centro de irradiación en una red cultural que desplegó un moderno mercado hispanoamericano de libros. Entre los de mayor relevancia, los estudios de José Luis de Diego, analizan la trayectoria de una serie de editoriales literarias aunadas por haber desplegado una“agresiva política de expansión hacia el mercado externo”.[8] También Fernando Larraz (2010) analizó la producción de libros en los vínculos entre España, México y la Argentina durante aquellos años y estudió la dinámica de las más destacadas empresas, en sus catálogos literarios y en sus espacios de comercialización. Estos, entre otros destacados estudios, reconstruyeron las redes comerciales, intelectuales y políticas entre editoriales en una geografía hispanoamericana de la edición, así como profundizaron el estudio de los catálogos y de la recepción de las obras.
Ahora bien, como hemos analizado en otras contribuciones, los cambios en el mercado editorial durante esa época fueron también producto de políticas públicas y de las de las asociaciones de editores, principalmente de las políticas de los dirigentes de la CAL. En los años 40 y 50, era un reducido grupo de editores que desplegaron activas estrategias corporativas, complementando de ese modo el trabajo competitivo que realizaban individualmente en sus casas editoriales. Se trató de miembros de las editoriales literarias más dinámicas de la época, acompañados solo por un puñado de empresarios de pequeñas editoriales.[9]
La orientación de su política hacia el mercado externo fue clara y contundente. Desde la CAL construyeron redes de mercado con cámaras de editores de otros países y con compradores latinoamericanos. Así, participaron de la Primera Reunión de Editores Latinoamericanos (Chile, 1946), conformaron la Confederación Latinoamericana de Cámaras del Libro, ocupando inicialmente la presidencia Julián Urgoiti de Sudamericana. Y luego tuvieron a cargo la organización del Primer Congreso de Editores y Libreros de América Latina, España y Portugal (Buenos Aires, 1947).[10] Esas redes fueron también fortalecidas desde Biblos, la revista oficial de la entidad, bajo la supervisión de Gonzalo Losada. Y, sobre todo, para sostener la “edad de oro”, la dirigencia de la CAL estableció vínculos de cooperación con un abanico de organismos estatales en el período 1943-1955. Inicialmente, el Consejo Directivo (CD) de la CAL organizó la Primera Feria del Libro Argentino, de 1943, buscando un estratégico apoyo político para su sostenimiento material en las autoridades del gobierno nacional de entonces (Giuliani, 2012). Y, a partir del gobierno surgido tras el golpe de Estado de 1943, confluyeron las políticas industrialistas estatales con el interés de la CAL en consolidar mercados latinoamericanos de exportación. La entidad colaboró con la organización de exposiciones ligadas al fomento industrial. Entre ellas, en julio de 1944, organizó junto a la Subsecretaría de Información, Prensa y Propaganda la “Exposición del Libro Argentino en La Paz” (Bolivia). Además, desde fines de 1944, Guillermo Kraft, presidente del CD de la CAL, integró la subcomisión patronal del Consejo Nacional de Posguerra. En 1945, la entidad de los editores se alineó públicamente en la oposición a la candidatura presidencial de Perón.[11] Y, días antes de las elecciones presidenciales de febrero de 1946, los dirigentes despidieron al gerente de la CAL, Atilio García Mellid, por su militancia por la candidatura de Perón y, en su lugar, contrataron al entonces joven escritor Julio Cortázar. Sin embargo, esa posición opositora al naciente peronismo no impidió que a partir de la primera presidencia de Perón, los editores del CD establecieran nuevos vínculos de cooperación y negociación con diversos organismos estatales.
A mediados de 1947, al asumir Gonzalo Losada la presidencia de la asociación, intensificó el diálogo y la cooperación con las autoridades gubernamentales, desplegó una clara astucia política y logró tener suficiente plasticidad para adaptarse y negociar con el gobierno peronista. Desde su gestión, siendo él un editor cercano a la oposición política y al frente de una casa que fue uno de los ámbitos de producción y de socialización de la intelectualidad opositora al peronismo, hizo primar en la CAL un manifiesto espíritu empresarial antes que una ideología política.[12] Esa línea continuó en las presidencias posteriores de Evaristo Sánchez Duffy y de Amadeo Bois. Por su parte, Gonzalo Losada permaneció como referente del grupo dirigente, desde su cargo de vocal en el CD hasta el año 1955.
Con Gonzalo Losada al frente, la CAL amplificó un discurso que giraba en torno a la idea de que la situación de la industria editorial era crítica. Los dirigentes editoriales argumentaban que la causa principal de la crisis era el aumento de los costos de producción de los libros, provocado, a su vez, por los continuos aumentos salariales que habían logrado los obreros gráficos. En efecto, uno de los objetivos prioritarios de la política económico-social del primer gobierno de Perón fue generar una importante redistribución del ingreso a favor de los asalariados.[13] Dada la orientación abiertamente exportadora de la mayoría de sus dirigentes, la CAL consideraba, al menos en su discurso, tales alzas salariales solo como un problema de costos que, trasladado a los precios finales de los libros, perjudicaba su colocación en los mercados latinoamericanos. Es decir, primaba el sesgo exportador, y no el mercado-internista, que podía considerar la mayor capacidad adquisitiva de los trabajadores como un potencial crecimiento de la demanda interna de libros.
Por otro lado, es importante destacar que el progresivo aumento de los salarios obreros impactaba de manera indirecta en la mayoría de los editores que dirigían la CAL. Ellos representaban a “editoriales puras”, como las denominaban. Se trataba de las empresas que no tenían en propiedad imprentas, sino que enviaban sus libros a talleres gráficos. Al no ser los editores empleadores de mano de obra industrial,[14] los aumentos salariales de los gráficos se incorporaban a los pagos de montos crecientes que ellos hacían a las imprentas que contrataban. Ello en buena medida orientaba los vínculos de la CAL hacia determinados organismos estatales. Es decir, no se relacionaron de manera constante con el Ministerio de Trabajo en el contexto de la política laboral del primer peronismo de negociación colectiva entre patrones y obreros, como sí lo hacían los empresarios gráficos en su asociación, la SIGA, o los de la Sección de Artes Gráficas de la UIA, sino que, sobre todo, requerían por medidas compensatorias al Banco Central ligadas a la comercialización de sus bienes, los libros, con el argumento base de que había aumentado su costo de producción.[15]
Así, en la Memoria del ejercicio 1947-1948, el presidente Gonzalo Losada afirmaba lo siguiente:
Sería inútil exponer una vez más a nuestros socios las causas que han provocado y que aceleran día a día el proceso negativo en la producción y difusión del libro argentino. Nadie ignora a estas alturas que los dos factores capitales son la carencia de divisas por parte de importantes países importadores de libros argentinos, y el aumento de la mano de obra y del costo de los materiales en lo que respecta a la elaboración de las ediciones. Contra esos dos factores […] las autoridades de la Cámara han batallado día a día […] es así como, ciñéndose a un programa de labor apuntado directamente a las cuestiones capitales, ha establecido nuevos contactos, obteniendo la derogación de múltiples trabas o gabelas en el orden nacional e internacional. (CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1947-1948, pp. 7-8)
Esas solicitudes referían, sobre todo, a subsanar dificultades de orden financiero. En efecto, durante la presidencia de Gonzalo Losada y también en las siguientes, persistió para los editores el problema de la obtención de divisas provenientes de las exportaciones de libros. En el contexto económico internacional de la segunda posguerra, los países latinoamericanos tuvieron serias dificultades para obtener dólares (Rapoport, 2005: 362), por lo que durante ciertos períodos los gobiernos limitaban su salida. De allí que en países latinoamericanos importadores de libros desde Argentina sus gobiernos dosificaran las salidas de divisas.
Así, en 1947, cuando se detuvo la aceleración de las exportaciones de libros, y el CD de la CAL caracterizó la coyuntura como una “crisis del libro argentino”, lo hizo respecto a factores ligados al mercado externo. Y tanto en el discurso público como en las sesiones del CD no se registra siquiera una alusión a problemas con las ventas internas de libros. Y, teniendo en cuenta el ímpetu de los dirigentes de la CAL para desplegar el trabajo colectivo cuando un problema aquejaba a los editores, si no lo iniciaron, es muy probable que fuera porque las ventas internas al menos no disminuyeron con respecto a períodos previos a la “edad de oro”. Sí se abocaron a la difusión del “libro infantil”, un género editorial relativamente nuevo en la época, que se estaba consolidando. La diferenciación de géneros editoriales se observa en las publicidades de Biblos y en la conformación de nuevas comisiones internas del CD específicas.
En búsqueda de niños lectores: la Semana del Libro Infantil
Del análisis de las fuentes de aquella época surge que la dirigencia de la CAL llevó adelante estrategias para el impulso de las ventas de libros al interior del país, lo que nos brinda elementos claves para comprender la dinámica del mundo editorial en relación a las políticas del primer peronismo. Que una campaña especialmente sostenida en el tiempo fuese la difusión de libros infantiles, además, nos muestra cómo la diversificación de la producción editorial en nuevos géneros editoriales, como el infantil, iba en sintonía con el fomento estatal de los derechos de la niñez y del consumo popular.
Así, al compás de las publicidades en las páginas de Biblos, la revista oficial de la CAL, en las que crecía la participación de avisos publicitarios de nuevas editoriales especializadas en el libro infantil, y de nuevas colecciones de libro infantil de casas tradicionales, la diferenciación de este sector en el espacio editorial fue acompañada y potenciada desde la CAL con la formación de nuevas comisiones internas del CD y el aval de Losada y otros dirigentes para su accionar.
Una de las más activas fue la “Comisión Semana del Libro Infantil”, cuyo principal entusiasta era Jorge Kapelusz. Conformada por tres consejeros, de ella participaron también, según los años, Alfredo Vercelli, Nicolás Gibelli —de Codex—, Pablo Terni —de Editorial Abril—[16] y Amadeo Bois —de Acme Agency— (CAL, Actas CD, libro III, 3 de septiembre de 1947, p. 316; CAL, Actas CD, libro III, 3 de septiembre de 1948, p. 414; CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1949-1950, p. 15). En efecto, ese grupo de consejeros organizó cuatro ediciones anuales de la Semana del Libro Infantil, desde 1946 hasta 1949, acompañados por los presidentes sucesivos de la entidad.[17]
Con el lema “Más Libros para Más Niños”, en 1946 los dirigentes de la CAL declararon que la “Semana del Libro Infantil” se realizaría año a año en el mes de noviembre. Se proponían expresamente promocionar la edición de libros infantiles y estimular la expansión del género de literatura infantil. El primer año la promoción estuvo acotada a publicidades radiales, pero al asumir Losada la presidencia, en 1947, se propusieron darle un mayor desarrollo, lo que se manifestó en la presencia de afiches en las calles, vidrieras especiales en las librerías, matasellos alusivo de la Oficina de Correos, divulgación en las radios oficiales y, para el cierre, la entrega de libros a niños internados en hospitales, asilos y hogares. Ese año, en la sesión del CD posterior a su realización, Jorge Kapelusz, presidente de la comisión organizadora, fue aplaudido por el resto de los consejeros “por la labor cumplida”. En esa ocasión, Gonzalo Losada agregó que “las compras de libros infantiles efectuadas por el gobierno a diferentes editoriales pueden haber sido una consecuencia directa de la propaganda de la semana” (CAL, Actas CD, libro III, 30 de diciembre de 1947, pp. 358-359).
Para la edición del año 1948, la comisión convocó a participar a todos los “editores de libros infantiles”, lo que demostraba esa paulatina especialización editorial. Los organizadores se propusieron acentuar la “difusión docente y cultural” organizando disertaciones de escritores, como la de Conrado Nalé Roxlo y la de Florencio Escardó. Además, “numerosas librerías de la capital y del interior” prepararon vidrieras alusivas y organizaron pequeñas muestras de libros infantiles. Para finalizar, personal de la CAL nuevamente distribuyó libros donados por los socios en el Hospital de Niños (CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1948-1949, p. 15).
En la edición de 1949, la última realizada, se procuró “llegar de manera directa a los niños de todo el país” mediante la impresión de un suplemento especial en Biblos, que contenía historietas, entretenimientos y leyendas alusivas. La Memoria anual detallaba que se había impreso “201.500 ejemplares”, enviados a dos mil quinientas escuelas de la capital e interior del país, hospitales y librerías (CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1949-1950, p. 15).[18]
Así, la CAL fue un agente más que incidió en el proceso de vertebración del mercado interno que se estaba produciendo en la época, al integrar con la oferta de productos culturales a la población de las ciudades de las diversas provincias con la de la capital del país. Además, que la presencia fuese con la promoción de libros infantiles demuestra, por un lado, la sintonía de los editores con las políticas estatales hacia “los únicos privilegiados”que reconocía el ideario peronista (Torre y Pastoriza, 2002: 306-307). Por otro, y en vinculación con lo anterior, el trabajo colectivo de empeño de los editores en la difusión de un producto específico de la industria editorial, como era el libro infantil, en la expansión del consumo cultural popular que se estaba produciendo, un elemento más de la “democratización del bienestar” producto de las políticas redistributivas del ingreso (ib.: 307-309).
Finalmente, volvemos sobre el parecer de Gonzalo Losada en oportunidad del éxito de una de las ediciones de laSemana del Libro Infantil que se citó más arriba, porque allí queda a la luz la presencia de un factor diferenciado del mercado interno, como era el Estado en tanto consumidor. Los organismos gubernamentales del primer peronismo no realizaron compras de libros a las empresas editoriales por intermedio de la CAL. Distinto fue el caso de las obras premiadas en el concurso de autores noveles argentinos, donde la entidad actuó como editora. Pero el tema rondó en algunas pocas oportunidades en el CD, por ejemplo en marzo de 1949, cuando Losada informó lo siguiente al CD:
… concurrieron a la Cámara los Inspectores de Enseñanza Media, señores Justo Pallarés Aceval y Ricardo Piccirilli, quienes informaron de los deseos del señor secretario de Educación en el sentido de que las editoriales de libros de texto consideren la posibilidad de rebajar los precios, y agregaron que es propósito de la Secretaría adquirir cierto número de libros para ayudar con ellos a estudiantes pobres. Como consecuencia de esto, el señor presidente reunió a los editores de textos, fueran o no socios de la Cámara, y los mismos se constituyeron en Comisión para estudiar este asunto. (en CAL, Actas CD, libro III, 11 de marzo de 1949, pp. 441)
Es evidente que el Estado peronista compró libros a las editoriales. Otra evidencia es el hecho de que el gobierno de Perón incorporó más de un centenar de bibliotecas públicas al sistema patrocinado por la Comisión de Bibliotecas Populares, y otras cifras muestran que también se incrementó el número de lectores en esas bibliotecas. Lo que ha llevado a que se reconociera desde voces muy críticas al primer peronismo que, en la época, el libro circuló intensamente y su acceso se diseminó en forma notable (Fiorucci: 2007).
Libros y lectores en la Provincia de Buenos Aires
En los años del primer peronismo, la dirigencia de la CAL desplegó una política de diálogo y de trabajo conjunto, sobre todo, con organismos del Estado Nacional. En muy menor medida, se vinculó con los de las provincias. Un caso excepcional fue la cooperación mutua entre los editores de la CAL y las autoridades de la Subsecretaría de Cultura del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, más precisamente, con la Dirección General de Bibliotecas que de ella dependía. Ese trabajo en conjunto estuvo orientado a la difusión de libros hacia el mercado interno.
Durante la gobernación de Domingo Mercante, la gestión de su Ministro de Educación, el abogado forjista Julio César Avanza, entre 1949 y 1952, se destacó no solo por el impulso reformador en el sistema educativo, sino también por la promoción que dio a las actividades artísticas y culturales (Coria y Costa, 2013: 4). De ese ministerio dependía la Subsecretaría de Cultura provincial y a su vez de ella la Dirección General de Bibliotecas. A cargo del escritor Miguel Ángel Torres Fernández, los funcionarios implementaron diversas políticas en torno a la difusión y la circulación de libros de autores argentinos editados en el país y también de libros latinoamericanos. Una de las manifestaciones de esa política fue la realización de exposiciones de libros, a cargo de la Subsecretaría de Cultura, que contaron con el apoyo de otras instituciones gubernamentales y de las asociaciones de editores. Así, a instancias del Poder Ejecutivo provincial, la Subsecretaría de Cultura organizó la Primera Exposición del Libro Argentino, inaugurada en la sala del antiguo Cine Ideal de la ciudad de La Plata, el 5 de abril de 1949 (ib.: 9-12).
Una nota de la Guía Quincenal de la Comisión Nacional de Cultura daba cuenta del acontecimiento y consideraba que la exposición era “un acierto cultural”. Describía las características de la Exposición, que duró un mes, y se refería a algunos de los stands. Entre los de entidades oficiales, el de la Universidad de La Plata, dedicado a exhibir “libros de antigua data que pregonan nuestra soberanía en la Antártida e Islas Malvinas”; y otros de empresas editoriales, que se destacaban por las siguientes características:
La calidad y lujo de las obras presentadas, como el de Peuser, Emecé, Losada, Kraft (cuya edición de los Santos Evangelios ilustrados por el grabador Víctor Delhez mereció justos elogios), o por las especialidades tratadas, como el de Hobby, Rueda, Estrada, TEA, o, especialmente entre los niños, el dedicado a las editoriales de libros infantiles. (CNC, Guía quincenal de la actividad intelectual y artística argentina, núm. 43, mayo de 1949, pp. 82-83)
Si bien el nombre “exposición” a la muestra parecía excluir otra actividad que no fuese esa, las editoriales podían vender allí sus libros. La nota de la Guía Quincenal así lo publicitaba: “Son numerosas las casas editoriales que realizan la venta de sus libros, que está a cargo de personal enviado por las mismas, con apreciable descuento sobre el precio marcado, que varía entre el 10% y el 50%” (Ib., p. 82).
La CAL se sumó activamente al evento. En la sesión del CD del 13 de mayo de 1948, el presidente Gonzalo Losada informaba haber recibido una nota de la Dirección General de Cultura de la Provincia de Buenos Aires por la que solicitaba el auspicio de la entidad a la Exposición del Libro Argentino, que tendría lugar en La Plata. Y agregaba que tenía noticias de que se realizaría paralelamente a la exposición una feria que posibilitaría la venta de ejemplares. La CAL había sido informada por Guillermo Oitavén, quien tenía a cargo la sección feria, y se lo convocó a concurrir a la CAL para ampliar la información al respecto. Guillermo Oitavén fue efectivamente recibido por los consejeros, a quienes explicó “los alcances de la Exposición y de la Feria paralela que se desarrollará en el Centro de Librerías y Papelerías de su propiedad”. El CD aprobó la participación y convocó a los socios a enviar los libros que quisieran exponer a las oficinas de la CAL. La entidad se hizo cargo del traslado de las obras a La Plata y de la organización de las secciones correspondientes de la exposición (CAL, Actas CD, libro III, 13 de mayo de 1948, p. 388; y CAL, Actas CD, libro III, 4 de junio de 1948, p. 396).
La Guía Quincenal, que describió la envergadura del evento, brindó así algunas características peculiares que adoptaron las exposiciones oficiales en tiempos del primer peronismo. Afirmaba lo siguiente:
Se calcula que más de 53.000 personas han concurrido a la muestra hasta la fecha. A cada concurrente se le regala un ejemplar de la Constitución Nacional, con una leyenda recordatoria. Se han recibido innumerables adhesiones, entre ellas la de la Sociedad Argentina de Editores, la de la Cámara Argentina del Libro, la del Centro de Libreros y Papeleros Platense, etc. (CNC, ob. cit., p. 83)[19]
En la inauguración hubo tres discursos: el del ministro de la Gobernación, Manuel Mainar, el director de Bibliotecas Populares de la provincia, Juan José de Soiza Reilly, y, como representante de los expositores, Santiago Rueda, conocido editor y directivo de la CAL. Un punto central de su discurso fue el pedido de colaboración a los organismos estatales “para coordinar actividades” y “unir las fuerzas intelectuales y productoras” (Coria y Costa, 2013; CNC, ob. cit., p. 82).
Tras la exposición de 1949, se incrementaron las comunicaciones entre la Dirección de Bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires y la CAL. Al año siguiente, cuando el organismo estatal se disponía a organizar la Primera Exposición del Libro Latinoamericano (Coria y Costa, 2013: 10-12), previamente el subsecretario de Cultura provincial, José Cafasso, visitó la sede de la CAL junto con el director general de Bibliotecas Populares de la provincia, con el objetivo de programar en conjunto el evento. La entidad de los editores prometió su apoyo y “su más calurosa adhesión”. En efecto, centralizó en sus oficinas un conjunto bibliográfico exclusivamente de autores latinoamericanos “que superaba ampliamente los dos millares de títulos” para su traslado a La Plata. En su Memoria, la CAL destacó más esta segunda exposición que la anterior:
La exposición, que fue inaugurada el 18 de noviembre ppdo. en La Plata, contó con la concurrencia de autoridades provinciales y nacionales, y de una delegación de esta Cámara. El brillante acto que supone la inauguración de esta Exposición y la finalidad educacional que encierra, fue complementado con la edición de un hermosos catálogo de todas las piezas bibliográficas allí expuestas, preparado por el personal técnico dependiente de la Dirección General de Bibliotecas Populares. (CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1950-1951, p. 16)
Finalmente, es de destacar que durante la gestión del ministro Avanza, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires sancionó la Ley de Estímulo a la Industria Editorial Argentina, para proteger la producción intelectual local y colaborar con las empresas editoras (Coria y Costa, 2013: 5).[20]Sabemos que esta época editorial fue construida con valiosos catálogos editoriales y con el tejido de redes intelectuales y empresariales que atravesaron toda el área idiomática del castellano. Analizamos acá cómo, si bien no disponemos de datos cuantitativos, hay huellas de un claro ensanchamiento simultáneo del mercado interno. Ello surge de referencias en los estudios consultados, de algunas acciones de la CAL que aquí se consideran e indirectamente del discurso de la propia entidad de los editores. Así, hemos encontrado que el trabajo de los editores de la CAL aprovechó las condiciones políticas y económicas mercadointernistas del primer peronismo. Sus estrategias de difusión, tales como la Semana del Libro Infantil y su presencia protagónica en exposiciones de libros organizadas por las autoridades estatales incidieron en el proceso de vertebración del mercado interno de la época. De allí que, si bien la historiografía no nos ha dejado datos cuantitativos que demuestren si hubo “oro” en el mercado local, las búsquedas realizadas en este trabajo intentan trazar una perspectiva en ese sentido.
Bibliografía
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Alejandra Giuliani. Doctora y profesora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Profesora adjunta de esa universidad en el Ciclo Básico Común y docente regular en la Carrera de Edición de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Investigadora en historia del libro y la edición, coautora de Un editor argentino. Arturo Peña Lillo (Eudeba, 2014) junto con Leandro de Sagastizábal. Dicta seminarios sobre el tema y ha publicado trabajos sobre los editores en la Argentina, sus empresas y su asociacionismo, en especial durante la época del primer peronismo.
Para citar este artículo:
Giuliani, Alejandra (2019). “Condiciones
para la expansión de la circulación de libros editados en Buenos Aires durante
el primer peronismo”. RELEED.
Revista Latinoamericana de Estudios Editoriales, núm. 1. Buenos
Aires: Red de Estudios Editoriales (Universidad de Buenos Aires).
[1] Cuando publicó su libro, Raúl Bottaro era asesor del CD de la CAL y ex gerente de la entidad. Y si bien no se trató de libros oficiales de la entidad, los dos fueron avalados por presidentes de su CD: Lucas Ayarragaray, de Emecé, prologó el de Raúl Bottaro, y Gonzalo Losada el de Eustasio García. En 1964, cuando se publicó el libro de Bottaro, Ayarragaray era presidente de la CAL. Y, cuando al año siguiente, se publicó el libro de Eustasio García, Losada sucedía en la presidencia a Ayarragaray. Eustasio García representaba en la CAL a la tradicional editorial El Ateneo, y formó parte del CD ininterrumpidamente desde 1955 hasta su fallecimiento en el año 2012. Ingresó como tesorero, cargo que ocupaba en 1965 cuando publicó su libro. Luego fue vicepresidente y, posteriormente, presidente de la entidad de forma continua desde 1967 hasta 1980, cuando fue nombrado consejero honorario. En el prólogo del libro, Gonzalo Losada expresaba que consideraba a Eustasio García “un hijo espiritual” y elogiaba la investigación realizada. (García, 1965: 9-12).
[2] Las cifras de ambos no difieren: si bien Bottaro publicó su libro meses antes que García el suyo, es muy probable que el trabajo de cuantificación haya sido de este último, porque Bottaro cita como fuente de cifras una tesis previa inédita de García. También García informa en la sección “Nota del Autor” que el libro fue precedido por un trabajo de tesis universitaria (García, 1965: 15; Bottaro, 1964: 58 y 102).
[3] Las otras fuentes que citan para la elaboración de sus estadísticas son la Oficina de Expedición al Exterior de la Dirección General de Correos, la Dirección Nacional de Aduanas y la propia CAL.
[4] Como destaca Adrián Vila (2005: 62).
[5] Aunque también pueden indicar un stock importante en depósito sin poder venderse.
[6] Otro problema a analizar que excede los alcances de este artículo es el de la periodización de la “edad de oro”. Porque si bien hay acuerdo en los estudios acerca de que su inicio fue entre 1936 y 1938, hay diferencias muy significativas sobre cuándo finalizó.
[7] Como la autora trata en otro trabajo, de un análisis de las condiciones de producción y de publicación del libro de Bottaro surge que se inscribió en la llamada Guerra Fría cultural, en los objetivos de la Alianza para el Progreso, y en la visión crítica con respecto al gobierno peronista, que vincula sus políticas —o la ausencia de ellas— con lo que define una “crisis editorial” a partir de 1953. En efecto, su libro surgió de un informe sobre la producción editorial argentina que realizó para la filial local del Congreso por la Libertad de la Cultura, una manifestación de la Guerra Fría en el ámbito cultural. Es decir, el libro de Bottaro formó parte de una campaña internacional para aglutinar intelectuales y otras personalidades en pos de crear consensos y difundir “valores occidentales” en Latinoamérica. Dos de sus principales valores eran la lucha contra lo que denominaban el “totalitarismo soviético” y contra otros regímenes que designaban como totalitarios —en la Argentina, el peronismo—. En sintonía con esas estrategias, Bottaro basa sus interpretaciones en una política perjudicial del Estado en el pasado, en un falso nacionalismo demagógico. En Giuliani (2016).
[8] Realiza un importante aporte al encontrar en los catálogos una baja en la proporción de títulos de autores argentinos en proporción al alza de autores extranjeros publicados. No se ha tratado entonces de una época de oro para la literatura de autores argentinos, desconocidos en su mayoría por los lectores hispanoamericanos (De Diego, 2006: 91-123).
[9] A modo de muestra, dado que el conjunto casi no se modifica en el período 1946-1955, adjuntamos la composición de algunos de los CD de la CAL de la “edad de oro”:
Período 1942-1943: presidencia: vacante. Vicepresidencia (a cargo de la presidencia): Guillermo Kraft Ltda. Secretaría: Editorial Losada. Prosecretaría: Editorial Sudamericana. Tesorería: El Ateneo. Protesorería: Espasa Calpe Argentina. Vocales titulares: Peuser, Atlántida. Vocales suplentes: Editoriales Reunidas, Grandes Librerías Anaconda, Sopena Argentina, Joaquín Torres, Cursos de Cultura Católica. En CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1942-1943, p. 5.
Período 1944-1945: presidente: Guillermo Kraft (Kraft). Vicepresidente: Julián Urgoiti (Sudamericana). Secretario: Jorge D’Urbano Viau (Viau). Prosecretario: Cosme Beccar Varela (Cursos de Cultura Católica). Tesorero: Bernardino Uriarte (El Ateneo). Protesorero: Evaristo Sánchez Duffy (Sopena Argentina). Bibliotecario: Antonio Gallego (Editoriales Reunidas). Vocales titulares: Gonzalo Losada (Losada), Alfredo Vercelli (Atlántida), José Jiménez Nicolau (Espasa Calpe Argentina), Joaquín Torres (Juventud Argentina). Vocales suplentes: Santiago Rueda (Rueda), Joaquín Raúl Seoane (Selección Contable), José López Soto (Imprenta López), Emilio Poblet Bollit (Poblet), Oscar Viechi (Mundo Forense), Jaime Elena Gelpi (Compañía Argentina de Editores). Revisores de Cuentas: Antonio Martello (Compañía General Fabril Financiera), Pablo Boyer (W. M. Jackson, Inc.). En CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1944-1945, p. 5.
Período 1946-1947: presidente: Julián Urgoiti (Sudamericana). Vicepresidente: Alfredo Vercelli (Atlántida). Secretario: Jorge D’Urbano Viau (Viau). Prosecretario: Evaristo Sánchez Duffy (Sopena Argentina). Tesorero: Bernardino Uriarte (El Ateneo). Protesorero: Julio César Chaves (Ayacucho). Bibliotecario: Amadeo Bois (Acme Agency). Vocales titulares: Jorge Kapelusz (Kapelusz), Gonzalo Losada (Losada), Joan Merli (Poseidón), Santiago Rueda (Rueda). Vocales Suplentes: Sara M. de Jorge (Lautaro), E. Madrid Diez (Bajel), Manuel Hurtado de Mendoza (Pleamar), Carl Lohlé (Desclée de Brouwer), Arturo Cuadrado (Nova), Ítalo de Pino (Molino). Revisores de Cuentas: Antonio Martello (Compañía General Fabril Financiera) y Pablo Boyer (W. M. Jackson, Inc.). En CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1946-1947, p. 5. Período 1948-1949: presidente: Gonzalo Losada (Losada). Vicepresidente: Jaime Elena Gelpi (Ediar). Secretario: Jorge Kapelusz (Kapelusz). Prosecretario: Madrid Diez (Bajel). Tesorero: Bernardino Uriarte (El Ateneo). Protesorero: Santiago Rueda (Rueda). Bibliotecario: Sara M. de Jorge (Editorial Lautaro). Vocales titulares: Mauricio Graciano (Alfa), Joan Merli (Poseidón), Evaristo Sánchez Duffy (Sopena Argentina), Pablo Terni (Abril). Vocales suplentes: Zola Colmegna (Colmegna), Atilio Malco Ronco (Selección Contable), Carl Lohlé (Desclée de Brouwer), Nicolás Gibelli (Codex), Manuel Hurtado de Mendoza (Pleamar). Revisores de Cuentas: Antonio Martello (Compañía General Fabril Financiera) y Pablo Boyer (W. M. Jackson, Inc.). En CAL, Memoria y Balance, ejercicio 1948-1949, p. 7.
[10] CAL, Memoria y Balance , ejercicios 1944-1948.
[11] En junio de ese año suscribió, junto a otras cámaras empresariales, el Manifiesto del Comercio y la Industria y luego adhirió a la Marcha de la Constitución y de la Libertad. Pocos días antes de las elecciones de febrero de 1946, se produjo el episodio final de la alineación de la CAL a la Unión Democrática, con el despido del gerente de la entidad, Atilio García Mellid, por su militancia política a favor de la candidatura de Perón y su reemplazo por Julio Cortázar. Ver Giuliani (2009).
[12] Losada estableció un acuerdo editorial con el Colegio Libre de Estudios Superiores, espacio de intelectuales antiperonistas que se habían alejado de las universidades. Además, entre los directores de colección de su editorial se encontraba Francisco Romero, así como otros intelectuales antiperonistas. En Myers (2004) y también Blanco (2006).
[13] Claudio Belini y Marcelo Rougier señalan que la política económica y social del primer peronismo suscita fuertes debates académicos. Distintas líneas de interpretación discuten hasta qué punto se basa en su carácter industrialista, mercado-internista, intervencionista o nacionalista. Sin embargo, parece haber un acuerdo general en la historiografía acerca de la preeminencia de su objetivo de promover una redistribución del ingreso hacia los asalariados. En Belini y Rougier (2008: 368-369).
[14] La mayoría de los trabajadores de las editoriales eran considerados empleados de comercio, y solo excepcionalmente la CAL fue interpelada como entidad representativa de empleadores de mano de obra por el Ministerio de Trabajo.
[15] James Brennan y Marcelo Rougier afirman que las políticas industriales del peronismo estaban mediatizadas por el sistema financiero, de allí también la centralidad de las relaciones de la CAL con el BCRA. En Brennan y Rougier (2013: 77).
[16] Sobre Editorial Abril en esa época: Scarzanella (2016).
[17] En la edición de la Semana del Libro Infantil de 1946 el presidente de la CAL todavía era Julián Urgoiti, en las sucesivas fue primero Gonzalo Losada y, en 1949, Evaristo Sánchez Duffy.
[18] El subrayado es nuestro.
[19] Menciona la adhesión de la SAE a la exposición y a algunas de las empresas que exponían.
[20] Llama la atención la ausencia de toda mención al respecto tanto en el discurso público como privado de la CAL. A modo de hipótesis para futuros trabajos, es posible suponer que las casas editoriales por su cuenta hayan hecho uso de los beneficios de esa ley, y ello no haya resonado en el interior de la CAL.