La industria editorial desde la mirada de la economía cultural: diálogo entre las políticas culturales ecuatorianas y argentinas
Gema Palma Moreira
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Resumen
Tradicionalmente, la economía y la cultura se han conceptualizado en términos opuestos e incluso incompatibles; sin embargo, la cultura pasó a ser considerada como el motor del desarrollo y la base de una nueva economía creativa. En el caso puntual de la industria editorial, en Argentina se han desarrollado diversos proyectos editoriales independientes, pero también se vio fortalecida la industria editorial multinacional. Este horizonte, que lleva al análisis de las potencialidades de la cultura, pero que también puede dar lugar a su instrumentalización es el que se pretende analizar en esta ponencia. Y, a partir de un análisis comparativo, se busca reflexionar la realidad de la edición en Ecuador y bajo qué perspectivas puede (re)pensarse desde sus nuevas políticas públicas culturales.
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Palabras clave: industria editorial, políticas públicas, industrias culturales, economía de la cultura
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Industrias culturales
Reflexionar sobre el campo cultural en general y las industrias culturales en particular, implica (re)pensar cómo son transversalizadas por la economía y cómo se permite hablar de una economía de la cultura, ya que la economía es usualmente ponderada como el factor primero y determinante, mientras que la cultura aparece como mucho en un lugar secundario y condicionado por el anterior (Yudice, 2016).
La industria cultural expresa el lugar central en la articulación entre dinámica cultural y dinámica productiva, pero su importancia no radica únicamente en su incidencia sobre los procesos de desarrollo cultural, sino en las relaciones de poder existentes en el interior de cada sociedad (Martin Barbero, 1993; Yúdice, 2002). Desde la Escuela de Frankfurt se realizaba una crítica a partir de esta noción:
(…) por el momento la técnica ha llegado solo a la igualación y la producción en serie, sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social. Pero ello no es la causa de una ley de desarrollo de la técnica en cuanto tal, sino de su función en la economía actual (Adorno y Horkheimer, 1944: 137).
El concepto de industria cultural toma forma en un contexto marcado por el surgimiento de los medios masivos de difusió como un intento de análisis crítico de la estandarización de contenidos y de la búsqueda del efecto que se sitúa en las antípodas de lo que es fundamentalmente una obra de arte. Pero así como se desarrolló la producción en serie, en paralelo surgió también la búsqueda creativa. De esta manera, las connotaciones catastróficas del término industria cultural cambiaron: en primer lugar pasaron a nombrarse industrias culturales, en plural y, segundo lugar, se empezó a dar lugar a su análisis desde un corte económico, principalmente, en los procesos de producción (Albornoz, 2011: 112-113).
En Industrias culturales: el futuro de la cultura en juego (1982) se plantean diversas posturas que luego convergen en lo que será la definición que propone la UNESCO:
Albert Breton constituye una “defensa e ilustración” incondicional de la economía liberal en el campo de las industrias culturales (…). Contrasta vivamente con la crítica de tipo marxista que presentan Armand Mattelart y Jean-Marie Piemme al exponer la génesis misma del concepto de industria cultural en sus relaciones con las realidades que constituyen su misma base. En cuanto a Augustin Girard, al comprobar que las ambigüedades y “fatalidades” de todo tipo que traen consigo los mecanismos industriales, tanto en el campo cultural como en los demás, intenta determinar si, en ciertas condiciones, las industrias culturales no pueden ser una nueva oportunidad de desarrollo y de democracia cultural ( UNESCO, 1982: 51).
Son esas constataciones las que conducen a replantear el problema, haciendo ver que la cultura conforma un sector económico con una dinámica propia, que no solo no se encuentra aislado, sino que interactúa con otros sectores productivos (Barbero & Jesús y Ochoa, 1999). Y a partir de aquí emerge la definición: “de forma general, se considera que hay industria cultural cuando los bienes y servicios culturales se producen, reproducen, almacenan y difunden según criterios industriales y comerciales, es decir, en serie y aplicando una estrategia de tipo económico” (UNESCO, 1982).
Políticas publicas culturales
El fuerte desarrollo de las industrias culturales a lo largo del siglo XX supuso una progresiva y creciente producción de bienes y servicios de contenido simbólico e ideológico en la esfera del negocio privado. Esta creciente participación del sector empresarial en el ámbito de la cultura puede ser considerada como una de las transformaciones más relevantes de manera que, actualmente, estos mercados ocupan una posición muy destacada en relación con la creación y difusión de imaginarios colectivos, con la producción y difusión de conocimientos e información (Wortman, 2005). El ideal del desarrollo de las políticas culturales es, más allá de planificar la cultura, asegurar que los componentes y recursos culturales estén presentes en todos los espacios de la planificación y procesos de desarrollo de las políticas públicas. Sobre la incorporación de la cuestión de las políticas culturales en la agenda de los organismos intergubernamentales vinculados a la cultura se han dado pasos concretos. Es el caso de la Declaración de México sobre las Políticas Culturales (1982) en la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, donde se definen efectivamente las líneas y orientaciones a seguir en la materia, invocando a las políticas culturales “a que protejan, estimulen y enriquezcan la identidad y el patrimonio cultural de cada pueblo”. Por otra parte, las diversas conferencias iberoamericanas celebradas en la última década afianzan desde distintas temáticas la necesidad de fortalecer las políticas culturales como instrumento base para la consolidación de los derechos de los pueblos iberoamericanos en este campo (Cubeles, 2011).
En su momento se consideró una novedad el hecho de que varios Estados nacionales se plantearan la necesidad del desarrollo de políticas públicas para el conjunto de las industrias culturales que cumplen un papel importante en la historia de la consolidación de la identidad nacional. Se entenderá por políticas culturales al conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados que tienen por objetivo orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social (García Canclini, 2000:26).
Por su parte, en la Conferencia General de la UNESCO (1980) se examinó la situación de la industria del libro con la finalidad de poner de manifiesto, entre otras cosas:
Las estructuras internas de las editoriales, los fenómenos de concentración y las influencias ajenas en este campo, los distintos modos de distribución y de difusión, las estrategias de los editores según sus mercados y los tipos de obras que publican, en particular en lo tocante a la definición de los productos y la fijación de los precios y, por último, la influencia de los medios de comunicación masiva sobre la producción y el consumo de libros (UNESCO, 1980:173).
La imposición de la lógica del mercado condujo a una reconciliación de la economía con la cultura, lo que modificó el campo de intervención legítima del Estado. En el sector del libro, por ejemplo, la imagen que estructura las políticas públicas reposa desde los años ochenta en el enunciado el libro no es un producto como los otros. El empleo de la expresión producto cultural, en lugar de objeto cultural, refleja en sí mismo una visión industrial de la edición, que da lugar a una nueva fase de la acción pública que privilegia los dispositivos de ayuda económica sobre las otras formas de intervención (Surel, 1995). A partir de esta noción, el producto cultural cambia y en la actualidad está estrechamente atravesado por las nuevas tecnologías. Esto hace que alternen también sus formas de producción y difusión, que se modifiquen los espacios de circulación, así como también el sujeto que consume dicho producto. En el caso de políticas culturales alrededor del libro, De Diego menciona:
La bonanza de la época de oro comenzó a eclipsarse a mediados de los cincuenta; la recuperación de las industrias española y mexicana obligó a la argentina a replegarse y a sobrevivir gracias al notable repunte del mercado interno a fines de los sesenta y principios de los setenta. Primero la debacle económica y después la dictadura militar que asumió el poder en 1976 sometieron a la industria del libro y al mundo de la cultura a lo que un pensador argentino llamó una era de “catacumbas”. En los años noventa, los números que exhibe el sector editorial no son malos; sin embargo, para entonces el proceso de concentración brutal que operó en esos años ha terminado con el vigoroso proyecto cultural que encarnaban las editoriales argentinas. El balance de este itinerario crítico no apunta, como muchos otros, a una visión apocalíptica del futuro del libro; más bien, a una visión pesimista del presente del libro en Argentina, que sólo podrá superarse a través de una fuerte revitalización del mundo de la cultura (2010: 61).
A diferencia de Argentina , y aún cuando esta realidad ha variado debido a las políticas del Estado argentino de los últimos dos años, Ecuador es un país principalmente importador tanto de insumos como de libros. Sufre deficiencias en las infraestructuras y canales de distribución y no cuenta con una gran masa de lectores habituales. Por ende, las políticas provenientes del Estado buscan enfocarse primordialmente en el fomento de la lectura, pero en el intento promueven también la producción de libros y la creación de bibliotecas. Resulta que, precisamente, los proyectos de desarrollo cultural en Ecuador han sido financiados fundamentalmente a través de recursos públicos, lo que no significa que hayan sido tomados en cuenta. Esto se evidencia en la producción editorial nacional que, a pesar de contar con la mayor representatividad dentro de las industrias culturales, es pequeña comparada con la de los países latinoamericanos.
Conclusión
A modo de conclusión, teniendo en cuenta que el panorama actual que vincula directamente a la cultura con la economía bajo las nociones de desarrollo, creatividad y otros, podría llegar a obstaculizar, o cuando menos condicionar la posibilidad de democratización de la cultura, aparece el rol del editor. Bourdieu señala que “por el hecho de que el libro, objeto de doble faz, económica y simbólica, es a la vez mercancía y significación, el editor es también un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero, el amor a la literatura y la búsqueda de beneficio” (1999). Sin embargo, en la actualidad, ese personaje doble se ha desbalanceado. El costado cultural del oficio, la cara que miraba a la cultura, “se ha deteriorado como esos bustos de piedra a los que el tiempo les ha ido borrando las facciones” (De Diego, 2015:11). De ahí que es necesario que “las políticas culturales generen integración e intercambio de valores y experiencias, que se comunican mejor en las industrias culturales que en cualquier otro medio” (García Canclini, 1995). El editor, desde su papel de mediador, puede ayudar a fortalecer políticas que incentiven proyectos editoriales independientes y democratizadores.
Bibliografía
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Gema Palma Moreira. Licenciada en Comunicación por la Universidad San Gregorio de Portoviejo (Ecuador) y Editora por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Además, realizó estudios de posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. Actualmente cursa su maestría en Comunicación y Cultura en la UBA e investiga sobre las narrativas y representaciones de la interculturalidad en el discurso de la prensa escrita ecuatoriana.
Para citar este artículo:
Palma Moreira, Gema (2019). La industria editorial desde la mirada de la economía cultural: diálogo entre las políticas culturales ecuatorianas y argentinas. RELEED. Revista Latinoamericana de Estudios Editoriales, núm. 9. Buenos Aires: Red de Estudios Editoriales (Universidad de Buenos Aires).